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La Columna del domingo por Hector Olivera – «QUE SE QUEDEN TODOS, QUE NO FALTE NI UNO SOLO»

Durante la crisis del 2001 el hartazgo social incubó un estribillo que sintetizaba el estado de ánimo de la ciudadanía.
“Que se vayan todos, decía, “que no quede ni uno solo”.
La fuga de “Chacho” Álvarez, el helicóptero de de la Rúa, la sucesión de presidentes por turnos poco más largos que los de un hotel alojamiento, aquel ridículo aplauso cuando uno de ellos anunció el no pago de la deuda externa había colmado el vaso de la racionalidad, la paciencia y la esperanza.
Transcurrida la década pingüina, las condiciones no son las mismas y aquel estribillo debe cambiar su letra por la que diga “que se queden todos, que no falte ni uno solo”.
Ya es hora de repensar el Estado para adaptarlo a las condiciones nuevas que han florecido al amparo de estos tiempos.
El Derecho, que es la herramienta que la sociedad usa para asegurar el imperio de la Justicia debe modificarse para dar respuesta a nuevos requerimientos.
Hay normas inmutables.
Una de ellas es que en asuntos penales se impone la primacía del “Príncipe”, (el Estado), cuya autoridad dispone procedimientos que devienen en acuerdos y/o sanciones que son obligación para las partes.
A los fines prácticos el Derecho se divide en áreas de competencia como son el Penal, el Civil y Comercial, el Contencioso administrativo, el Laboral, el de Familia.
Estos nichos no son excluyentes ni definitivos.
El avance de la ciencia y la tecnología ha impuesto nuevas áreas, como la informática y la espacial, por ejemplo.
Ni estas nuevas ni las viejas congelan la posibilidad de cambios.
Así las cosas, en la Argentina de hoy es imprescindible que la corrupción desde el Estado cuente con un enfoque jurídico propio que se muestre inflexible, ágil y severo, para que la ejemplaridad vuelva a ser una condición de la Republica.
Los que tienen los cargos y se supone la capacidad técnica tienen que comenzar por dictar una ley que declare imprescriptibles los delitos de corrupción.
Como lo son los de lesa humanidad los vinculados a los Derechos Humanos deben ser de lesa inmoralidad los que transformaron en millonarios de la noche a la mañana a tantos y tantas.
Con esa ley en la mano, para que no se escapen por la grieta de la prescripción, hay que montar una estructura de Derecho Penal exclusivo para funcionarios.
De ahí que el nuevo estribillo debe decir que se queden todos y no falte ni uno solo.
Los términos de los procesos deberán acortar los tiempos dividiendo por 5 y las sentencias aumentar multiplicando por 5.
El que asuma debe saber y jurar por ello, que no le alcanzarán las generales del Derecho que protegen a los ciudadanos de a pie.
No ha de ser esta idea del agrado de constitucionalistas, abogados y círculos que saben serían víctimas inmediatas.
En verdad, hay que romper moldes ideológicos que no son ni de derecha ni de izquierda, dos categorías que nacieron con la Revolución Francesa y por lo tanto han cumplido holgadamente su ciclo.
La corrupción no tiene Patria ni Bandera.
O quizás pueda decirse que tiene todas las Patrias y todas las Banderas.
Como el oficialismo, por naturaleza, y la oposición, por inercia, siguen bailando el mismo minué, hay que invitarlos a que cambien de partitura, rompan los viejos instrumentos y toquen la melodía que nos permita ver a unos cuantos como dijo Kirchner en su lejano y olvidado discurso de asunción vistiendo traje a rayas.
No alcanza con un retoque.
Hay que actuar con firmeza y sin ataduras conservadoras.
Un País aplastado por las torpezas pierde sus utopías.
Y son precisamente estas, las utopías, las que les dan sentido a la vida y hacen el futuro.

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