En el curso de esta semana que hoy termina, 1.400.000 alumnos de todo el País fueron evaluados de acuerdo al programa “Aprender 2016” dispuesto por el Ministerio de Educación de la Nación.
En 31.0000 escuelas los chicos de 3° y 6° de la primaria y 5° o 6° de la secundaria fueron sometidos a una prueba que midió sus conocimientos y datos sobre su entorno áulico, familiar y social.
La intención es conocer el estado actual de la Educación para analizar las medidas correctivas necesarias para el mejoramiento de la calidad del servicio.
En la mayoría de los casos la jornada se cumplió con normalidad y solo habrá que esperar hasta el año próximo, (abril o mayo), para conocer los resultados.
La evaluación tuvo trascendencia no por lo necesaria y adecuada que es, sino por la actitud absurda aunque previsible de minorías de docentes y algunos padres, más alumnos aleccionados por ambos, que salieron al cruce con argumentos que por sí solo demuestran que ni la formación docente que debieron recibir ni la responsabilidad de padres que debieran ostentar les pasó cerca.
Los disparates escuchados casi no debieran ser motivo de análisis pero como se trata de gente que puede estar al frente de un aula donde va un hijo o un nieto nuestro vale la pena un comentario para hacerles saber que en la Argentina se terminó la fiesta de la corrupción y el populismo y ha llegado la hora de reiniciar la marcha por el camino que alguna vez nos ubicó como una República orgullosa del nivel de su sistema educativo.
Los “yaskibaradeles” y sus súbditos llegaron a decir que el objetivo perseguido por la evaluación era atacar la escuela pública, estigmatizar, (como decía Kisilof), a los chicos de menores recursos y alimentar la privatización del servicio.
En verdad, los datos ciertos indican que la destrucción de la escuela pública tiene por únicos responsables a los docentes, que a raíz de sus huelgas y ausentismo obligan a los padres a inscribir sus hijos en escuelas privadas que evitan el desmadre familiar que produce la falta de clases de sus chicos que, en el mejor de los casos, terminan arreglando como pueden los abuelos.
La infiltración del terrorismo ideológico ha llegado a tanto que en algunos casos excepcionales los alumnos tomaron festivamente las escuelas desde el viernes previo como una forma de protesta “kirchnerevolucionaria” para no hacer la evaluación.
La única y verdadera razón de la oposición de la dirigencia sindical docente fue el miedo a los resultados.
Porque es obvio que si no son buenos respecto del caudal de conocimientos mínimos exigidos, la responsabilidad no será de los alumnos sino de sus maestros.
Siempre se ha dicho que la nota de cada docente no es la de la evaluación trucha anual que jamás baja de 9 o 10 sino que es el promedio de la nota de sus alumnos.
Claro que hablamos de calificaciones responsables y no de la fiesta organizada durante la última década, donde la orden era que no repetía nadie para mejorar la estadística en nombre de una inclusión solo catastral pero ajena a la enseñanza que es lo que debe hacer una escuela verdadera.
La idea es la misma que pretendió esconder los pobres al no medirlos, o la inflación mentirosa del INDEC o la desocupación fraudulenta que llevó a decir a la ex primera dama que era del 5 %, “si mal no recuerdo” y al locuaz Aníbal Fernández diciendo que teníamos menos pobres que Alemania.
Otra vez surgen aquí horrores sociales que deben ser puestos en la vidriera para que todos tomen nota.
Uno es el hecho de que a estos dirigentes sindicales docentes los eligen los maestros y es a ellos a los que debe remorderles su conciencia y rectificar sus actos a la hora de elegir.
El otro es el silencio peligroso de dirigentes opositores que, como Massa, sus seguidores y también sus presuntos/as parentelas políticas adoptivas, nada han dicho contra los maestros que, vuelvo a decir, son los que deben recibir la crítica.
La especulación electoral no debe llevarse puestos los principios que se resaltan con las denuncias pero se esconden cuando el colectivo puede hacer peligrar algún votito en octubre del año que viene.
Está perfecto gastar municiones para tirarle a Cristina y su banda pero hay que guardar pólvora para gatillar también a lo demás, aunque pueda ser refractario a la hora de las urnas.
El Gobierno no parece dispuesto a retroceder.
Por el contrario, se lo ve ocupado en cambiar modos y métodos para que los alumnos de hoy sean mañana ciudadanos que no requieran de una ayuda estatal que, concebida como hasta ahora, sea no un empujón hacia arriba sino un cepo que los ate a la dependencia y el servilismo a que lo somete la desinformación y la sumisión al puntero de turno.
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