El retorno de la ex Presidenta a la escena pública ha sido, sin dudas, un acontecimiento digno de ella.
Posiblemente más que digno, una góndola que exhibe los productos más característicos del paso de su marido y de ella misma por la Casa Rosada.
El intento de transformar un hecho policial en una fiesta de quince fracasó.
No tanto por la mermada concurrencia que no alcanzó los 20.000 incondicionales, si se cuenta entre ellos al mismísimo Comodoro Py, sino por las características del acto y la actuación de su primer figura.
Comenzando por las ausencias, hay que decir que los dueños del poder territorial del Peronismo se declararon cucaracha.
Gobernadores, Intendentes y sindicalistas se hicieron los distraídos apenas con alguna breve solidaridad oral de alguno.
La nutrida colonia de actores y figuras del espectáculo no deben haber acordado el monto de los contratos, como hacían antes, y tampoco se hicieron ver.
Fueron los “pibes para la liberación” los que sí fueron en nombre de la revolución declamada que nunca empezó.
Cristina Elisabet Fernández se mostró tal cual es.
Esta vez no lloró, sino que prefirió ser una adolescente desprejuiciada y ajena a la realidad.
Subió los escalones camino del requerimiento de la Justicia como si estuviera desfilando en la Plaza España en Roma junto a Naomi Campbell y nuestra Valeria Mazza.
Ya en el escenario, se encargó de enterrar en la misma bóveda al Peronismo y al Frente para la Victoria.
Ahora el invento se llama Frente Ciudadano.
No se puso colorada cuando se comparó con don Hipólito Irigoyen y Juan Perón.
Ni se detuvo a pensar que a ellos los derrocaron las botas y a ella la echaron los votos, que no es lo mismo.
Sacudió sus caderas al ritmo murguero de las consignas juveniles y se fue arrogante y soberbia como siempre.
Es claro que tan importante como las ausencias fueron las presencias.
Estaban, entre otros, Amado Boudou, ahora barbado y gritando “volveremos”, Aníbal Fernández, el jefe del grupo Quebracho Fernando Esteche, el filósofo Luis D ´Elía, Guillermo Moreno, la dulce señora Pastor de Bonafini, el súbdito Martín Sabatella.
Los “grupos de tareas” camporistas se encargaron de poner orden con el estilo prepotente del militarismo que llevan en su ADN por origen y convicción.
Por eso la ligaron algunos periodistas que según su visión son esbirros de la corporación destituyente.
Hubo, en fin, de todo, como en botica.
Unos porque fueron y otros porque no.
Y alguno, como Sergio Massa, porque se llamó a silencio en una demostración más que su vida es un cálculo especulativo.
Cada día parece más un payador que un político, porque dice lindo para el oído lo que supone que la gente quiere escuchar.
Luego de la indagatoria judicial, la Cámara le ordenó al Juez de la causa, Cassanello, que se ocupe de recuperar el dinero desaparecido y los bienes mal habidos.
Parece que por fin y primera vez, lo importante es el acto de devolver lo que se robaron.
La idea dispersa de volver es lo de menos.
Ahora hay libertad plena para soñar y contar los sueños, aunque hayan sido una pesadilla.
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