Hugo Alconada Mon y Jorge Ernesto Lanata, (ordenados alfabéticamente), son nada más que dos periodistas.
Pero, para desgracia del Gobierno que se fue y para beneficio nuestro son también, nada menos que dos periodistas.
Uno, Alconada Mon desde sus columnas en “La Nación” y el otro, Lanata, desde sus programas por Canal 13, sus comentarios en Radio Mitre y sus notas en Clarín, han desnudado la corrupción que anidó en la cueva kirchnerista.
El hombre del diario de los Mitre, usa su estilo formal y prolijo.
El del grupo Clarín es más histriónico, más impulsivo y menos afecto a las normas académicas.
Por ambos caminos llegan a su meta, que es única e irreversible: la Verdad.
Afortunadamente no son los únicos y, por el contrario, seguramente señalan un camino que ha de atraer a muchos más que garanticen la fortaleza del periodismo como herramienta de control y denuncia de las desviaciones.
Más allá de destacar sus calidades profesionales y conductas personales, lo que importa es resaltar la preeminencia de valores que no por intangibles pueden abandonar nuestra vida social.
Sus denuncias plenamente documentadas de los horrorosos casos de Hotesur, de la transformación de un empleado bancario como Lázaro Báez en un empresario todo poderoso, el lavado de dinero sucio figurando el alquiler de hoteles para disfrazar ilícitos, las imágenes de una ruta que no lleva a ninguna parte, la exhibición pública de los tipos sacando carpetas en un carrito de supermercados de la financiera en Madero Center y las maniobras de Cristóbal López son testimonios que deberán permanecer en nuestra memoria para trasmitirlo a nuestros hijos y nietos.
El círculo se va cerrando de forma inexorable. El último capítulo de Alconada Mon denunciando el robo de $ 8.000 millones que se quedó Cristóbal López en sus estaciones de servicio y la imagen del conteo de millones de dólares y euros que vimos por televisión de la mano de Lanata completan un menú de la delincuencia que está en la naturaleza de los Kirchner y sus cómplices.
Los dos periodistas han hecho lo suyo y sin dudas no han de detenerse.
Ahora le toca a la Política para que no perdamos el rumbo.
Ya hace falta una Ley de imprescriptibilidad de delitos de corrupción, para que el paso del tiempo no licué las culpas.
Otra de extinción de dominio de los bienes mal habidos, para que el Estado recupere lo que le robaron.
Una que incorpore al arrepentido, para que se destapen todas las ollas.
Y, por fin, una reforma de la Justicia para que terminemos con el jugueteo de abogados, expedientes y procesos penales interminables.
Si se robaron todo, que podamos verlos presos.
No es venganza, pero la Señora capitana de la banda tiene que terminar adentro, junto a sus laderos.
La tardanza juega para los delincuentes.
La Verdad y el acortamiento de los tiempos judiciales, para nosotros.
Por Héctor “Cacho” Olivera
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