El libro del politólogo, abogado y escritor Rosendo Fraga que se titula “la maldición bonaerense” alude a un tema de notable actualidad.
El autor conocido por sus comentarios televisivos y radiales además de su prolífica autoría de textos que suman 38 ejemplares, se dedica en este caso a tratar de desentrañar un misterio que ha impedido que un Gobernador de la Provincia de Buenos Aires haya accedido a la Presidencia de la República en elecciones libres.
Se trata, en verdad, de un episodio de difícil explicación si se tiene en cuenta lo que significa nuestra Provincia en el marco del desequilibrio económico, productivo y demográfico que detenta a su favor el Primer Estado Argentino.
Casi sería inevitable, a partir de un razonamiento lógico, que quien acceda a la conducción de la Provincia debería encontrar allanado su camino rumbo a la Casa Rosada.
Pero la lógica no suele conducir el timón de la Política.
Los intentos han sido muchos.
Se dice que el maleficio se inició con el primer Gobernador, Dardo Rocha, que pretendió suceder en la Presidencia a Julio A. Roca pero éste prefirió a su cuñado Juárez Celman.
No falta tampoco la tradición que adjudica responsabilidad hechicera al cementerio de querandíes sobre el que se levantó el edificio gubernamental en noviembre de 1882 en calle 6 entre 51 y 53 de la ciudad de las diagonales.
La lista de frustrados es variada.
Fresco entre los conservadores, Duhalde y Cafiero entre los peronistas y ahora Scioli entre los kirchneristas.
El caso de Duhalde merece una explicación porque fue Presidente pero no electo sino como una forma de arreglo de la crisis de su momento.
Antonio Cafiero parecía tener el camino garantizado.
Se trataba de un dirigente de neto cuño peronista, respetuoso de las formas y seguramente capacitado para hacerse cargo de la responsabilidad de presidir la República.
Para su desgracia, apareció un petisito porrudo y patilludo, émulo de Facundo Quiroga que, contra todos los pronósticos, le ganó la interna con Duhalde de Vicepresidente.
Era Carlos Menem, el mismo que hoy vota con el bloque de Cristina en el Senado.
Ahora es Daniel Scioli el que lucha contra la brujería que algunas personas muy mayores de La Plata relatan con certidumbres fantasiosas, esas que son parte de la cultura popular y se transmiten de manera no escrita de generación en generación.
El actual Gobernador se ve apesadumbrado posiblemente no por el cuento maléfico sino por el relato del que ha formado parte desde su inicio.
En algún momento se creyó destinatario del privilegio de sortear el maleficio y hasta amplió la Autopista La Plata-Buenos Aires como gesto anticipatorio de su viaje.
Un piquete de brujas parece dispuesto a impedirle el traslado.
El triunfo electoral de María Eugenia Vidal fue el primer llamado a la realidad.
Si perdió en su Provincia, que gobierna desde hace 8 años, no parece probable que logre cambiar el rumbo.
Para su desgracia, las luchas intestinas cada día más visibles alimentan a las brujas de la historia.
Esas brujas, las de ficción, parecen revivir cada vez que la Presidenta, casi como una más de ellas, aparece en escena como lo hizo esta semana ninguneando al candidato y pretendiendo asumir el rol protagónico de la comedia.
Si Scioli llega al domingo 22 lo hará diciendo y pensando, como en el título de esta columna, que él no cree en las brujas, pero que las hay, las hay.
El episodio invita a formularse el interrogatorio que ha despertado tantas respuestas diferentes y sirve para un buen ejercicio intelectual: ¿La Historia, se repite?
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