El politólogo norteamericano Francis Fukuyama, Doctor en Ciencias Políticas en Harvard, conmocionó al mundo de las ideas en 1992 cuando publicó su libro “El fin de la Historia y el último hombre”.
Su teoría señalaba el fin de las ideologías a partir de la desaparición del Comunismo y con ello la finalización de la guerra fría.
Según su pensamiento, la sociedad mundial pasaría a ser un escenario sólo movido por intereses y las relaciones así establecidas.
El libro despertó una proliferación de análisis a favor y en contra de la teoría.
Seguramente sin la necesaria abundancia intelectual es posible decir que las ideologías, entendidas como el conjunto de valores, conductas y principios que nutren la existencia del ser humano, no pueden desaparecer de la faz de la tierra mientras seamos nosotros los moradores.
No parece imaginable que movimientos políticos, sociales y económicos puedan desarrollarse sin una base ideológica que les de sustento.
La tesis de Fukuyama que decía que había llegado la hora de la libertad de mercado y la mínima intervención estatal en asuntos públicos se da de bruces con el relato del kichnerismo original, que anunció el 25 de mayo del 2003 el presidente muerto cuando dijo que no dejaría sus convicciones en la puerta de la Casa de Gobierno.
Ella, su heredera, repitió lo mismo muchas veces.
Pero lo cierto es que ese relato dista de lo que realmente ocurre.
Y la distancia se alarga frente a la inminencia del retiro.
En una de sus últimas cadenas oficiales, la Señora dijo, textualmente,”te dicen que sos confrontativa o que no sé qué de la grieta o que no sé qué de otra cosa. Qué grieta ni qué confrontación, el mundo es un mundo de intereses, compatriotas, se mueve única y exclusivamente por intereses. No hay hoy ideologías, hay intereses concretos”.
Completó su clase intelectual agregando que los que “hoy son enemigos mañana son amigos”.
En medio de la mediocridad propia o alquilada que han puesto en marcha, estas definiciones pasan de largo.
Por el mismo desaguadero pretenden hacer pasar que se tengan que tragar el sapo de la candidatura de Scioli, los elogios a Menem, la designación del represor Milani que no se cura con una renuncia, la delincuencia de Boudou o el asunto de la hotelería exitosa de la arquitecta egipcia y la abogada exitosa de título escondido.
Esto es, en suma. Lo que nos conduce.
No es posible asegurar que Francis Fukuyama ocupe un lugar en los anaqueles de la biblioteca presidencial.
Sí se puede asegurar que por carencia o por casualidad, el ejemplo vale para certificar que las cosas que nos ocurren son lo que son, por el contenido conservador de un movimiento que intenta disimularlo con éxitos parciales que jamás habrán de esconder la esencia autoritaria y populista.
Lo cierto es que por una u otra razón, urge la necesidad de cambiar de soga, de collar y de perro.
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