El acercamiento al final del ciclo kirchnerista desnuda a los que durante esta experiencia política de 12 años han ocupado espacios de poder en la estructura oficial.
No hay dudas que un sector que nació y creció a la sombra de este turno ha sido el grupo que se autodenominó “la Cámpora”.
El ex presidente muerto les dio un lugar que creció a partir de la toma del mando por parte de la Presidenta.
Ellos mismos y una especie de confusión generalizada los hizo aparecer como la prolongación de la experiencia encarnada por los montoneros de la década del 70.
La relectura del material surgido a modo de análisis de lo que fue aquella experiencia sirve para poner las cosas en su lugar y evitar falsas comparaciones.
“Montoneros, la soberbia armada” de Pablo Giussani o “La presidencia que no fue” de Miguel Bonasso pueden servir, junto a otros textos para comparar ambas experiencias.
“Montoneros” bue una minoría que pretendió apoderarse del Gobierno por el camino de las armas.
Constituyó una organización de raíz fascista montada sobre una estructura de absoluto perfil militar, con grados, argos y estilos iguales o peores de los que decía combatir.
Su rechazo de la democracia liberal supuso la negación de los ciudadanos y su reemplazo por los militantes al total servicio de la revolución imaginada.
El transcurso del tiempo nos ha traído una copia simulada de aquellas aventuras que aspira a ser una continuidad imposible.
La imposibilidad tiene dos razones fundamentales: no hay ya espacio para la violencia y menos hay algún sentido épico de la vida capaz de sostener al menos de forma teórica aquellas ideas.
Una rápida revisión de “los pibes para la liberación” sirven para descubrir contradicciones más que elocuentes.
Comencemos por decir que estos tales pibes ya no lo son tanto.
Se trata de grandulones que han encontrado en la política el acceso fácil a ascensos económicos y sociales que no son fáciles para quien sueña con crecer al amparo del trabajo y el estudio personal.
La juventud es naturalmente rebelde y esa rebeldía es la palanca que mueve su existencia y hace posible la vida digna.
Los grupos juveniles en todo tiempo y lugar comienzan de abajo, de muy abajo, y a puro empeño y esfuerzo llegan a las metas soñadas.
Esta “Cámpora” de hoy carece de rebeldía y nació al revés, de arriba o, para más, de muy arriba.
Por eso en lugar de ser cuestionadores son serviles acompañantes que nada discuten ni nada plantean y todo acatan.
Han coincidido con una mujer que arrastra frustraciones políticas y personales que les da espacio imaginando fantasías heroicas que no son más que excentricidades de frágil sustento.
Naturalmente que en el colectivo hay jóvenes sanos y solidarios que vuelcan su ilusión de un mundo más justo y se sienten atraídos por el canto de sirenas que suele escucharse desde los escritorios del Poder.
No es malo que alguien se sienta feliz acercando una bolsa de comida, una chapa para el techo, un micro ondas o una heladera a algún vecino necesitado.
Pero esa posibilidad requiere de un análisis más serio que comprenda que el servicio de repartidor de beneficios es apenas una cara, la más sonriente de la Política, que requiere el estudio de la otra para ver cómo se hace para seguir cuando se termine la fiesta y haya que pagar las cuentas.
Es aquí donde “la Cámpora” muestra sus debilidades.
La Presidenta los nombra con sueldos envidiables e inaccesibles para la gente y supone que eso es todo.
Como compensación, estos muchachos, que vuelvo a decir ya no lo son, se lo comen sin chistar a Boudou, a Scioli, al militar represor Milani, a Insfrán, al informante de la dictadura Gerardo Martínez y a tantos otros.
Primero lo silvaron al Papa y a los dos días salieron en la procesión con rosario y mantilla.
A cambio de un buen escritorio, un mejor sueldo y un auto con chofer solo saben decir amén.
Estamos acercándonos a la hora de elegir, razón por la que es prudente intentar mirar dentro de cada propuesta para evitar que un discurso lindo o un subsidio fácil nos pueda equivocar creyendo que es oro todo lo que brilla.
Una forma casi infantil de descubrir la realidad es simplemente poner atención que de boca de estos funcionarios difícilmente se escuche pronunciar las palabras Perón o Evita.
Eso los acerca a la descripción que de ellos hace Pablo Giussiani en su libro citado al comienzo.
Los del 70 eran la soberbia armada.
Estos son la soberbia desarmada, que es una suerte, pero que de modo alguno alcanza para fortalecer la Democracia.
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