Los argentinos tenemos una especial predisposición para los inventos.
Varios de ellos son motivo de legítimo orgullo.
Producto de la capacidad de gente nuestra es el by-pass coronario, el stent, la transfusión sanguínea, el colectivo, la birome, el dulce de leche y hasta la reciente invención de las toallitas femeninas que detectan enfermedades ginecológicas.
Es claro que entre tantos éxitos se nos escapan también algunos yerros.
El sistema electoral es uno de estos.
El “ballotage” que nos rige es una deformación del sistema que en su versión adecuada establece una segunda vuelta electoral entre las dos fórmulas más votadas cuando ninguna de ellas alcanzó el 50 % más 1 de los votos válidos emitidos.
Ya el echo de no contar los votos en blanco es un tema discutible, porque quien opta por depositar el sobre vacío está también expresando su voluntad frente al menú que le ofrece el cuarto oscuro.
Desechar esos votos favorece al más votado.
Pero además y para peor, la Constitución que nos rige, reformada en 1994 como resultado del Pacto de Olivos, establece en sus Artículos 96°, 97° y 98° un típico invento argentino.
Si el ganador de la elección logra el 45 % de los votos, es declarado Presidente de la República.
Si logra el 40 % y le saca al segundo 10 % de votos de ventaja, es también reconocido ganador.
El “ballotage” es un instrumento incorporado a la legislación francesa en el Siglo XIX, (1852), con la instauración del Segundo Imperio de Napoleón III.
Lo han adoptado infinidad de países pero siempre exigiendo la mitad más uno para el ganador.
Resulta increíble que esto deba decirse a modo de advertencia ante el panorama de fragmentación que vive la oposición al Gobierno kirchnerista.
Es obvio que la falta de una visión estratégica y su reemplazo por una pelea de esquina de barrio facilita la alternativa de continuidad del oficialismo. Si no lo entienden, serán estos “próceres” los responsables de sus actos.
Lo peor es que seremos los ciudadanos de a pie las víctimas de esas carencias.
Sería lamentable que esclavos de la táctica unos y otros desatiendan la estrategia.
Si cada uno se empeña en cuidar su baldosa se perderá el patio.
Y entonces será tarde para llorar sobre la inoportuna intransigencia derramada…
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