Para cualquier ciudadano medianamente ilustrado y algo conocedor de la marcha de nuestro país de hace un largo tiempo a esta parte no debiera ser novedad alguna que los últimos rasgos de normalidad del mismo se vayan desdibujando a velocidad asombrosa y sin atisbos de reacciones que den lugar, al menos, a alguna ilusión futura, aunque sea en el largo plazo.
Todo ocurre como si nada ocurriera. Todo se agrava como si fuera normal. Todo aparece claramente visualizado en el horizonte, pero los que pueden (y deben) cambiar esas imágenes están de espaldas.
Y nada los hace girar.
Ni siquiera el recuerdo de tantas y tantas experiencias atravesadas sirven como muestras de haber aprendido algo. Cual una insólita mutación del síndrome de Estocolmo lucimos enamorados de las causas que nos han arrastrado a esta prisión de la que ya pareciera imposible escapar.
Y decimos escapar, porque liberación claramente no habrá.
Ya ni vale describir que en la Argentina se mata en cualquier lugar, a cualquier hora y por la menor excusa. Que sumadas ya son varias las generaciones que no conocen la cultura del trabajo, del orden, del respeto, del ahorro, de la justicia, de la convivencia y ni siquiera de la vergüenza (lo más grave sin dudas) es de imaginar que no existen soluciones palpables. Ni de programas de gobierno, ni planes económicos, ni de gobernantes.
Cuando la enfermedad es cultural (y esta lo es) no hay praxis terapéutica.
Esta argentina ya no requiere ni una ni mil recetas. Debe iniciar ya una terapia generalizada que, con mucha suerte, pueda generar estímulos a partir de aquí y solo hacia adelante. Los que hemos figurado en el reciente censo (y los muchos ignorados por ese caricaturesco estudio que con tanta visión creara el gran Sarmiento) ya no tenemos ni derecho a soñar con algo menos grave.
¿Alguien imagina lo que se puede esperar y que se le puede exigir a una persona a la que se le ha diagnosticado una enfermedad terminal sin una luz de esperanza? ¿En serio que lo sabemos los casi cincuenta millones de argentinos?.
Y si lo sabemos, entonces: ¿Qué podemos esperar o que cabe pedirle al cuerpo social de un país con la peor enfermedad posible que es la que invalida la mente antes de terminar con la materia?.
Cualquier intento encontrará respuestas del tipo “Y a mi qué…..” “Pídanle a los que quedan, yo ya me fui”. Frases nada extrañas en esos estados.
Esta es la cuestión medular que “no comprenden” los que ocupan los despachos alfombrados hace mucho. No logran dimensionar el significado y mucho menos el efecto de mentir descarada y permanentemente. Tener un presidente que ayer nomás decía las peores calificaciones, incluidas las acusaciones de delitos, a quien un rato después decidió compartir como socia (o jefa) de su gobierno es increíble en cualquier sociedad mas o menos sana. Que el otro socio principal de esa sociedad haya firmado ante el país en un estudio de TV su compromiso de meter presos a quienes hoy defiende a capa y espada. Que el presidente de la nación haya dicho mirando al país “esa fiesta nunca existió “y al día siguiente ante las evidencias explicaba como fue la fiesta “que no existió “ tiene una dimensión que los sanos advierten y condenan de inmediato y que en cambio, los enfermos ya ni siquiera cuestionamos.
A estos ya todo nos da igual. ¿Se acuerdan cuánto ha-ce que el gran Minguito nos enseñaba el “sé igual”?.
Ya nos costaba entender ciertas cosas que hoy están tan claras aunque tarde es ya para repararlo.
En estas circunstancias, de nada vale señalar que estamos en el índice de inflación mas alto de los últimos 30 años (miren que es mucho decir); que la pobreza…., la indigencia….., la inseguridad….., la injusticia.
¡Que ya pertenecemos y como a la franja de países inorgánicos, totalitarios, marginados del planeta, terroristas y casi ignorados por el resto, luego de haber sido (no hace tanto) la capital económica, social y cultural del continente!.
¡Miren que tiene que ser real lo señalado para escribir así! Esto para quienes al leer se asusten o renieguen de esta columna.
Esta es el termómetro. Aunque claro ya no les preocupa la fiebre.
En este contexto pasa que nuestro presidente hace horas nomás habló en la cumbre de las Américas y lo hizo en nombre de varios países, menos del nuestro. O que el mismísimo jefe de nuestra inteligencia (¿Que será eso vale preguntarse?) afirme ayer nomás que el avión casi clandestino que aterrizó por aquí y casi se va como si nada, claramente sospechado de estar liga-do al terrorismo internacional, “es un avión en el que están enseñando a manejarlo a los amigos bolivarianos de Venezuela” asustaría a cualquier organismo sano. Pero como además el jefe inteligente, agregó que eso “no es información. Es una presunción mía” ya nada se entendería.
¿La inteligencia del estado, tal vez lo que mas caro nos cuesta a los argentinos se maneja por presunciones y no por información incuestionable y contundente? ¿Con fundadas sospechas de terrorismo en el medio? ¿Puede existir alguna razón que justifique una postura oficial de este tipo?
Solo se puede porque ya no hay mas daño por hacerle al organismo.
Vaya recuerdo: este autor era chico cuando un tío de esos que nunca faltan hacía la siguiente prueba de razonamiento: Estoy en el medio de una selva muy grande, donde sopla muy fuerte el viento y solo tengo en mi poder mis cigarrillos y mi encendedor y me doy cuenta que en el límite donde comienza la selva se ha iniciado un fuego voraz que viaja hacia mi impulsado por ese viento y que no tendré tiempo de salir de la selva antes que me alcance. ¿Cómo me salvo? Era la pregunta final para poner a prueba mi sagacidad infantil.
De poco servía mi intento de hallar la respuesta. Hasta que al final, un día el tío se apiadó y me dijo: “Tomo el encendedor, prendo fuego la selva adelante mío y luego me voy caminando por lo quemado hasta salir”. “El otro fuego llegará hasta donde comienza lo quemado” me aclaraba luego.
No pensaba entonces ese familiar hasta donde llegaría su ejemplo. Hoy todos los días lo veo en la realidad.
Hace tiempo que nos enteramos que atrás nuestro el fuego viene arrasando con todo. Y nuestros gobernantes, que nos prometieron ser los bomberos del mismo, ya hace rato que decidieron poner en práctica aquello. Y para colmo, además de un encendedor, cada uno tiene un bidón de nafta que no mezquina.
(Editorial publicada en la edición de TIEMPO de Ranchos del viernes 17 de Junio de 2022)