Nada.
O sea.
Bueno, nada.
Eeeehhhh.
Nada.
Debe admitirse que cada día es más fácil encontrar comportamientos presidenciales para llenar una columna de opinión.
Tanto es así, que resulta más difícil seleccionar uno que recitar la lista.
Lo lamentable es que las intervenciones de la Presidenta extienden la superficie de manera inversamente proporcional a la reducción de la profundidad de sus mensajes.
Desde sus inicios en la actuación pública en la Legislatura de Santa Cruz y su largo periplo por la estructura del Estado mostró siempre una excelente verba que la destacó como una oradora atractiva más allá de coincidencias y discrepancias con sus dichos.
A partir de los últimos tiempos parece haber caído en una especie de síndrome de abstinencia que la impulsa a hablar todos los días de todas las cosas lo que la aleja de la meticulosidad de sus anteriores intervenciones.
Ha pasado a utilizar el estilo “no me importa” propio de los chicos y chicas del comienzo del secundario.
Ya no exhibe la notable memoria que le permitía citar porcentajes, cifras, comparaciones y cálculos que la mostraban firme y convencida más allá de que sonara convincente o no.
Ahora, enfundada en su atavío negro se planta frente al micrófono y usa el escenario para tareas menores.
En su actuación en Calafate, su lugar en el Mundo en el acto del aniversario del Lago Argentino se mostró en la cúspide de su divertimento.
Así fue que lo que debió ser una seguidilla de inauguraciones se mezcló con diálogos con funcionarios de su sector que tornan sus discursos en una charla de vecinas apoyadas en el escobillón en la vereda de sus casas.
Naturalmente, luego de decir que tenemos que estar todos juntos y respetarnos, le sacudió duro al Gobernador de la Provincia, con quien está absolutamente distanciada y, ya que está, a Macri, porque “los árboles son sagrados”, haciendo referencia a las obras de la 9 de julio para el metrobús.
Del sagrado de los árboles le dio un toque místico y le dijo al cura del pueblo, que calificó de amigo, que no iba a competir por el papado porque “no hay papisa”.
Lanzada al ruedo místico completó el tema diciendo que habían anunciado lluvia pero salió el sol porque Dios lo ordenó y seguramente a pedido de uno, (“él”), que está a su lado allá arriba.
Ya ha sido dicho, pero se torna ineludible recordar que la autora de estas palabras es la Señora Presidente de la República.
Estos temas pueden servir para medir la condición intelectual de la oradora.
Pero hubo uno más serio, porque expone valores y sentimientos de la personalidad presidencial.
Anunció y mostró un regalo que le hicieron las docentes que trabajan con chicos que “tienen problemas neurológicos”.
“Chicos”, aclaró, para completar que también hay grandes que tienen problemas neurológicos que no les permite comprender las cosas.
Absurdo trato discriminatorio para con los chicos con discapacidad mental, porque ellos comprenden tanto como les es posible.
Absurda calificación de discapacitados mentales a los que no comprenden como ella, porque piensan distinto, tienen otras escalas de valores y ajustan sus ideas y sus proyectos a esas distintas formas de pensar.
La exposición permanente empieza a mostrarla desnuda, a pesar del negro que eligió para vestirse.
La adolescencia tardía que la lleva al uso de las muletillas del principio, (nada, osea, bueno nada), la muestran tal cual es.
Bueno …
Nada …
Excelente columna. Es muy bueno contar con editorialistas de buena pluma como el profesor Olivera. Siempre enriquecen, tanto en la coincidencia como en el disenso. Sigo los medios de este grupo desde mi trabajo en la Capital Federal.