Cual una película en blanco y negro el país muestra una realidad que todos aquellos de generaciones “mayores” estamos convencidos que hemos visto por lo menos alguna vez, cuando no varias y en forma de pesadilla.
El detonante de la misma es la cotización del dólar estadounidense. La vara de la economía que todos conocemos sin necesidad de entender siquiera el sistema métrico decimal. Sin exigencias de títulos habilitantes ni el paso por grandes casas de estudios, todos sabemos que cuando el “·verde” se escapa la tormenta está cerca y solo nos resta esperar el momento exacto de su descuelgue y la magnitud de la misma.
También sabemos desde hace varias décadas que en la previa, desde el presidente hasta sus principales ministros nos anunciarán todo lo que van a hacer, con la única salvedad que lo harán bajo promesa de no hacerlo.
“No permitiremos que crezca la inflación”. “Controlaremos el dólar para que no se escape” “Cuidaremos las tarifas” son algunas de las cosas que se dicen (o dirán) como certificado elocuente de lo que finalmente no cumplirán.. Y por último la del manual: “De ninguna manera devaluaremos el peso” que ya se convierte en el réquiem del billete criollo.
En realidad no hace falta ser egresado de esas ilustres universidades para “adivinar el futuro”. Todos mas o menos sabemos lo que nos tocará vivir.
Lo que no alcanzamos a percibir es la magnitud del estallido. “Nos pegaremos un golpe bíblico” sentenció esta semana el economista Roberto Cachanosky. Algunos llaman a estos anuncios “ la desestabilización del mercado”. En fin….
Pero mas allá de estas largamente repetidas especulaciones lo que realmente genera atención en la pantalla donde se exhibe este film, es la actitud casi de piloto automático que adopta el gobierno. Es tan patética la imagen del propio presidente que genera en la sensación popular la casi seguridad de estar ante un gobierno que ya ha transitado la gran parte de su mandato.
Si. Hay sensación de cansancio. De agotamientos. De cosas viejas. Y ninguna expectativa positiva que gane los espíritus para encarar lo mas difícil que aún no llegó ni por asomo.
El presidente actúa como solamente impulsado por un consejo de transmitir serenidad. Confianza. Y en realidad lo que consigue es todo lo contrario. Genera escepticismo. Mayor incertidumbre.
En ese contexto y a cuenta que en la alianza gobernante la aportante de mayor cantidad de votos y voluntades es la vicepresidente, no son pocos los que la miran a ella para encontrar un atisbo de reacción. Y ahí la cosa marcha peor.
Casi escondida en sus ámbitos, ni siquiera una fecha cumbre como es la del 17 de octubre para el peronismo (más allá que sea pública su no pertenencia al Movimiento) permitió verla acompañando de algún modo la entusiasta y muy cívica demostración de la militancia.
No siempre las bases peronistas marcharon tan ordenada y pacíficamente como en esta edición, pandemia mediante. Con el folclore de los camiones de Moyano y los colectivos contratados de diversos puntos del país, no es cuestión de detalles “gorilescos” para desconocer la base social y militante del peronismo.
Pero en algún pasaje pareció demasiado pueblo para poca conducción.
Y si en esa jornada que debió mostrar todo el músculo del gobierno todo fue tibio. Como dice el refran adaptado a este editorial: “de gobernar ni hablar”.
Los argentinos tenemos fresca en la memoria la tremenda crisis del gobierno encabezado por el Dr. De la Rúa. Envejeció mucho antes de tiempo y claudicó sin ofrecer resistencia. Claro que no debe compararse nada porque aquello fue con una elección intermedia donde el gobierno no perdió. Fue mucho peor: ni siquiera participó y somos muchos los que recordamos que un par de días antes del comicio de 2001 los periodistas le preguntaron al presidente por quien votaría porque en realidad no tenía partido.
Esto está muy lejos hoy de ocurrir. Pero muy lejos también estaba el virus según el ministro González García y les tocó timbre al rato.
El diagnóstico es preocupante. Pero la ausencia de praxis lo es mucho mas. Un gabinete que se debate entre la ausencia de prestigio y las internas. Un destino de país absolutamente impredecible en todos sus aspectos. Que un día vota en un organismo contra lo que pasa en Venezuela y una semana después en otro organismo similar vota en dirección opuesta. Que un día anuncia su hasta entonces mayor logro como la refinanciación de la deuda y al día siguiente le sube el riesgo país y le caen las acciones.
Un gobierno que habla del diálogo y todos los días elige adversarios para condenarlos. Un gobierno que aún sigue creyendo que se pueden justificar sus fracasos en la herencia recibida, como si algún gobierno llegara al poder ganándole en las urnas a otro de muy buena gestión.
Todos ganan por lo malo de los anteriores. Vaya. Ninguno porque convenzan que son fenómenos. Ninguno de los problemas que tenemos se pueden borrar. La tormenta viene y llegará. Y no la pasaremos bien. Pero lo que vale exigir es que hasta entonces se tomen todos los recaudos para afrontarla. Como tanto se repitió en materia sanitaria.
En la oposición no sobran luces tampoco. Son los que no supieron, no pudieron y hasta en algún caso no quisieron. Pues entonces, habrá que buscar con ganas y con esmero. Aún están muchos de los artífices del 2001/2003 que evitaron el gran choque. Y hay otros artistas para sumar. Pero no hay tiempo que perder. El gobierno está ante el gran desafío de convocar a todos los bomberos. Aún así la lucha contra el incendio será costosa. Compleja. Dejará muchas víctimas.
Pero si sigue en la zona de confort de que “aquí no pasará nada” entonces toda la responsabilidad será suya y solo suya. No saber resolver una situación muy complicada es perdonable. No buscar todas las ayudas posibles por mera mezquindad y miserias políticas es inaceptable.
(Editorial publicada en la edición de TIEMPO de Ranchos del 23 de octubre de 2020)