Aquel tremendo 54 % de los votos que eligió Presidente y Vice de la República a la fórmula Cristina Fernández – Amado Boudou ha quedado en el arcón de los recuerdos.
La avalancha legitimó sin dudas a un binomio que tuvo en sus manos todo el poder, todo el respaldo y todos los recursos.
Lo único que la Democracia no pone al alcance de la mano de nadie es la eternidad.
Éste ha sido, precisamente, el error conceptual que produjo el drenaje operado el pasado 11 de agosto que según las encuestas actuales habrá de profundizarse el 27 de octubre cuando las elecciones sean por los porotos.
El hecho de que uno de cada tres argentinos haya decidido optar por alguna de las propuestas opositoras al oficialismo indica que la decisión está tomada.
Quizás lo más difícil de comprender y mucho más de explicar sea el estado de desconcierto y frustración en que debe estar todo ciudadano que por convicción, por lealtad, por conveniencia o por lo que sea, insistió el mes pasado en el voto al candidato presidencial, Martín Insaurralde.
Porque ese hombre o mujer debió estar feliz con la política de Derechos Humanos que impulsó el kirchnerismo, con murgas en las cárceles, asados en la ESMA, persecución enfermiza a todo eventual partícipe en las violaciones de los tiempos de la dictadura y despilfarro de recursos en organizaciones “compañeras” como la que preside la eterna Sra. De Bonafini.
Ese votante escucha hoy al Secretario de Seguridad, el teniente coronel Berni, diciendo que la inseguridad es un hecho incontrastable al que hay que atacar.
Lo ve al candidato Insaurralde proponiendo la baja de la edad de imputabilidad de los menores a 14 años luego de haber visto al oficialismo tildando de “derecha nazi-fascista” a los que lo planteaban antes.
El mismo votante se entera que la Presidenta, su Presidenta, designa al frente del Ejército a un general acusado de represor durante la dictadura.
El pobre tipo escucha al candidato que encabeza su lista diciendo que los números del INDEC son falsos y que ay que corregirlos.
Luego de haber discutido acaloradamente en la mesa del café con sus amigos calificando de desestabilizadores y demagogos a los que proponían la baja del mínimo no imponible de ganancias para mejorar los salarios, se encuentra ahora con que la Presidenta, su Presidenta, se manda un decretazo llevando el mínimo a $ 15.000,00.
Podrían sumarse otros ejemplos de contradicciones parecidas.
Lo que falta hasta el día de las elecciones dará tiempo para nuevas sorpresas del mismo talante.
De allí entonces que corresponda imaginar, con una mínima cuota de sentido común, que por supuesto no cambiarán los votos los que eligieron terminar con este ciclo sino que, para peor del oficialismo, sí han de cambiarlos muchos que se hicieron feligreses de la religión del populismo y creyeron en serio que se venía la revolución.
Sólo resta esperar que la lección haya sido aprendida.
No son para siempre ni los triunfos ni las derrotas.
Por Héctor Ricardo Olivera
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