Por Héctor Ricardo Olivera
Ya ha sido repetidamente dicho por esta columna que las elecciones desencadenan las miserias, las especulaciones y los caprichos que hacen que sea este tiempo el más descarnado de la Política.
Siempre ha sido así y sinceramente así será cada vez que se aproximen las urnas posiblemente porque está en la naturaleza humana, como en la del escorpión en la fábula con la rana, descarrilar a la hora de procurar un plato en la mesa del poder que siempre tiene más comensales que lugares.
Por esta razón no sorprende que el Gobierno del Presidente Macri se vea hoy sacudido por turbulencias que vienen de allá, la oposición, y de acá, la ambigua sección de alguna tropa más o menos propia.
Hay que admitir que a la Democracia argentina le cuesta amoldarse a un gobierno de origen pluripartidario.
Por eso no es tan grave que los grupos políticos plantados en la vereda de enfrente se muestren agresivos hasta la exageración.
Más allá de gustos personales no parece inadecuado señalar que hay palabras y actos que podrían ser mejor dichos y propuestos.
Más aún cuando la oposición es un conjunto multifacético en las formas pero íntimamente conformado por una ideología, la peronista, que entiende a la Democracia no como una componente fundamental sino apenas como un romance pasajero.
Esa facilidad de límites difusos hace posible amores y desamores donde todos tienen cobijo.
Viven, o vivieron, precisamente por eso, Lopez Rega y Firmenich, Menem y Bielsa, los Alsogaray, los Cámpora, los Boudou, la “juventud maravillosa, los Guillermo Moreno y su socio en la panchería, el General Milani, la doña Bonafini y los Kirchner.
La lista sería inagotable, y cada uno puede construir la propia.
Todos, más los que parecen estar fuera del corral hasta ahora, como Massa, ¿estará?, Urtubvey, Picheto o
Lavagna ejercen su legítima postura opositora.
La novedad es que ese brazo de la pinza que aprieta al Gobierno se junte con otro del que al menos sería dable esperar una mínima comprensión de la realidad y una medición inteligente de la puerta hacia el pasado que puderan estar abriendo.
Es que los kirchneristas se han encontrado hoy con la colaboración de otros supuestamente ajenos a los que se puede llamar “radicalistas” para unificar el lenguaje.
Nadie duda que la crisis económica que golpea a todos y sobremanera a los más pobres sea consecuencia de errores de cálculo oficialistas.
Nadie duda, o al menos debería dudar, que las bases de la situación obedecen también a la herencia repetida de que siempre luego de una experiencia populista debe venir alguien a pagar la fiesta.
Acorralados por la nostalgia de una Historia muchas veces brillante pero también con planos de oscuridad, andan algunos radicales ejerciendo una especie de rebeldía adolescente tardía.
Describen con crudeza la miseria ajena con intenso dolor propio y no miden con la misma vara el
acontecimiento nunca visto de ver a sindicalistas, empresarios y ex funcionarios presos o camino de estarlo.
Encandilados por su vanidad parecen no darse cuenta que las molestias que pueden producir solo
servirían para volver al horror que vivimos hace poco, tan poco como para creer que tan rápido hayan perdido la memoria.