Cuando el 13 de marzo de 2013 (muchos 13 para los que creen en la mala suerte numérica) el cardenal argentino Jorge Bergoglio fue consagrado jefe universal de la Iglesia y primer Papa proveniente del hemisferio sur, los argentinos nos sentimos todos mas cerca del cielo. Sorprendidos algunos, no tanto otros, que conocíamos que solo una fuerte operación del gobierno argentino había evitado que Bergoglio fuera consagrado en la votación anterior cuando finalmente resignó su posibilidad ante el aleman Ratzinger, el hasta entonces arzobispo de Buenos Aires se convirtió en el jefe del catolicismo y de millones de fieles en el planeta.
Eran ya momentos muy difíciles políticamente hablando para el país. Con una sociedad muy dividida la consagración de Francisco pareció ser agua bendita que llovía sobre las resecas tierras de la argentinidad. Es bueno recordar que tal era la crisis social, cultural y política que el gobierno nacional de entonces demoró siete horas en reconocer el arribo del argentino a la conducción del Vaticano y cuando se decidió a hacerlo, lo mencionó como un cardenal latinoamericano.
Rápidamente los voceros «reconocidos» del gobierno que encabezaba Cristina F. de Kirchner salieron a cruzar muy duro al primer Papa Jesuista. Hebe de Bonafini no ahorró ninguno de sus adjetivos habituales para con sus llamados «enemigos» para calificar a Bergoglio, entre otras cosas colaborador de la última dictadura militar en la argentina, le endilgó. Debe ser esté el único sacrilegio que Bonafini no ha negado y por el que aceptó pedir disculpas mas tarde.
Valen recordar estos hechos para contextualizar aquella realidad que incluía la negativa del presidente Kirchner y de su sucesora a realizar los habituales Tedeum de cada 25 de mayo (una celebración estrictamente porteña) en la catedral de Buenos Aires y hasta haber trasladado la ceremonia principal a la Catedral de Santiago del Estero para que fuera presidida por un obispo expulsado de la Diócesis de Chascomús por graves acusaciones.
En ese contexto, no debió extrañar que en una primera etapa, Francisco decidiera anunciar que no vendría en el corto plazo a su país y que a poco andar, se mostrara efusivamente amable con el gobierno nacional, hasta mas allá de lo protocolarmente indicado.
Salvo los habitantes de la parte mas profunda de la grieta argentina, el resto de la sociedad que seguía celebrando la inigualable distinción que para gran parte de la humanidad significa contar con un argentino en San Pedro, justificaba el comportamiento piadoso y de perdón del Santo Padre con sus mas declarados detractores. Tan inmensa la figura papal, que actitudes que hubieran despertado hasta ira en muchos argentinos, solo se señalaban como producto de la grandeza de espíritu del jefe católico. Y si bien, cuando dos años después de asumir, su cercanía a la presidenta, a la dirigencia del justicialismo y hasta la bendición a candidatos de ese partido se hicieron ostensibles, siempre privó la cautela de los que cada día se esforzaban mas por contener su decepción.
El resto es conocido. Llegaron esos comicios, en una campaña donde la figura del Papa apareció hecha afiches publicitarios en fotos junto a muchos candidatos del hasta entonces oficialismo. El resultado está fresco: triunfó la oposición, que mas allá de lo dicho en to-do momento mantuvo públicamente una actitud de respeto y admiración por la figura religiosa.
Pero todo fue imposible. El Papa, Francisco, Bergoglio, alguno de ellos o todos juntos sintieron que también habían perdido las elecciones en la Argentina. Y entonces lo que era una imposibilidad de venir a su país se transformó en un castigo. Si a la presidenta saliente le costó tanto entregar los atributos que finalmente no le concedió a su sucesor, al Papa argentino aceptar a Macri como nuevo presidente le fue tan o mas difícil. Llegó a visitar al vecino país de Chile y desde el cielo argentino en su avión le envió un mensaje protocolar al presidente escrito en idioma NO castellano. De ahí en mas ya no fueron quedando dudas: visitas privadas a cuanto dirigente opositor a este gobierno, mientras que al presidente argentino le concedió los 20 minutos de protocolo sin permitirle siquiera ingresar a su pequeña hija.
Demasiado. Inexplicable. Cada persona acusada y hasta condenada por la justicia argentina ha sido ben-decida por el Papa en nombre de no se sabe bien que cosas. No mezquinó mensajes y alertas para algunos países con problemas de convivencia, pero sigue sin plantarse ante situaciones como las de Venezuela.
Naturalmente que llegará a los seis años de su Papado sin volver a su país. Cosa que no extrañará a nadie que revierta si el futuro presidente o presidenta es cercana al peronismo, un sentimiento que a esta altura vale pensar que el Papa tiene tan incorporado como la Biblia misma.
Y claro que es aceptable que el Papa tenga sus predilecciones políticas en su tierra natal. Pero la alta responsabilidad que su cargo implica y su compromiso con la humanidad mas allá de las pertenencias político partidarias, exigían de Francisco otro rol.
Así como la democracia argentina que acaba de cumplir 35 años de vigencia está en deuda con la sociedad, el Papa en estos cinco años está en deuda con su objetivo primordial que era el de procurar la unión de la humanidad y como toda tarea bien entendida, empezar por casa no estaba mal.
La grieta del 2013 es aún mas profunda hoy en nuestra tierra. Y si bien no hay inocentes totales en esto y grandes responsables en nuestra dirigencia toda, de ella nos encargamos diariamente el periodismo criollo.
Es hora que no nos olvidemos que entre esa dirigencia y en el lugar privilegiado que ocupa, hay otro argentino al que le concedieron herramientas mas que útiles para reconstruir la unión nacional y hasta ahora solo ha hecho todo lo que estuvo a su alcance para profundizar lo contrario.
(Editorial publicada en la edición de TIEMPO de Ranchos el sábado 03 de noviembre de 2018)