Por Héctor Ricardo Olivera
Sociedad futbolera como somos, no hay dudas que el amor a la camiseta elegida es para nosotros un símbolo de lealtad insobornable.
Cada cual siente por la suya una intensa pasión que certifica que uno puede cambiar de pareja, de religión, de partido político, de marca de auto, pero jamás de la condición de hincha de la divisa elegida.
Esta columna de manera alguna intenta transformarse en un comentario deportivo.
Por el contrario, el tema de la camiseta viene a cuento por las dos camisetas de camioneros que el Papa envió al dirigente sindical del rubro, Pablo Moyano, con uno de sus mandaderos, Gustavo Vera.
Ambas prendas llegaron bendecidas por el Jefe de la Iglesia como una demostración más de los afectos que el Pontífice ha elegido.
Alguien podrá argüir que opinar sobre conductas papales no es “políticamente correcto”.
Este giro idiomático es, e en verdad, un escudo conservador que propone poner límites a la Libertad.
Se trata de una sutil manera de menoscabar el valor de la Política y de paso establecer criterios absolutos de lo que es y no es correcto.
La intención de sublimar lo “correcto” y completar la idea con lo que es político significa poner freno a cualquier intento de buena voluntad de decir lo que se piensa sin más límites que los que establece el respeto por el otro y las sanas normas de convivencia.
La ocasión del quinto aniversario del mandato Papal ha servido para un cruce epistolar del Presidente Macri en su condición de tal y otra carta con distintas firmas de personalidades de diferentes sectores.
El Papa ha respondido por su lado ratificando algunas de sus posiciones y también solicitando disculpas por algún comportamiento que pueda haber incomodado a alguien.
No está mal que estas formalidades protocolares existan.
De todas formas es imposible desestimar actitudes pontificias que no parecen demostrar un real afecto por la Democracia y la República que hoy somos.
No resulta fácil de entender que el Papa vuele sobre su País y no aterrice, tampoco que mande un mensaje en inglés.
Menos aún conforma sus elogios a la titular de Madres, Hebe de Bonafini , a quien sorprendentemente comparó con Jesús.
Su frío trato con Macri en sus recordada austeridad de 22 minutos coincide con su desconocimiento para con el Presidente electo de Chile, que contrasta con su amabilidad con Juan Gravoix, que se dice su vocero y defiende al anarquismo mapuche y a la presa Milagro Sala.
La lista de sus invitados es un estante de prontuarios.
El “Caballo” Suárez, Moreno, Cristina y su troupe, sindicalistas sospechados y procesados marcan un rumbo que no puede desconocerse.
Obviamente que no es intención de estas líneas analizar las conductas pastorales del Pontífice en lo que respecta a su condición de Jefe mundial del catolicismo.
Pero su condición influye en el análisis político de sus dichos y hechos.
En una organización vertical y por ello no democrática, las actitudes de los de más arriba abren las puertas al exceso de los de más abajo.
Así es que un grupo de curas cuyas iglesias están en villas de emergencia sacaron un documento previo a las últimas elecciones que luego de feroces ataques panfletarios terminaba diciendo que “un cristiano no puede votar a este Gobierno”, (el de Macri).
Por suerte que no les hicieron caso…
Volviendo al tema central de esta nota, no corresponde disculparse por actitudes que seguramente son honestas y surgen de íntimas convicciones.
Por el contrario, creo mejor que cada uno piense y diga según sus propias ideas y, eso sí, sin violencia y con respeto, aceptemos la contraria a partir de la certeza que recibiremos igual trato.
Hoy por hoy resulta por lo menos extraño que hablen del Papa más los que no son parte de la Entidad que él manda que los que dicen pertenecer a ella.
Sin dudas parecería que algo debería alertarlo, pero lejos está de estas líneas sugerirle nada.
Es que también hay coincidencias fundamentales.
La preocupación por los pobres y la inequidad en la distribución de la riqueza acá y en el Mundo es una realidad inexcusable.
Los caminos pueden no ser los mismos a partir de la difusa alegoría del “pueblo” y la firme convicción de que somos “ciudadanos”.