No hay ninguna pretensión de originalidad si se dice que esta columna semanal de opinión ha sido una crítica dura de los dichos y actuados por la mujer que termina su mandato presidencial el próximo jueves.
No podrá encontrarse una sola palabra que transgreda las normas de la buena educación y el respeto.
Y no porque no han habido razones sino porque es una decisión voluntaria que entiende que no es necesaria ni la grosería ni el léxico pornográfico para decir lo mismo sin herir al lector.
No obstante estos recaudos, debe ser dicho que esta vez cuesta mantener los límites ante el espectáculo lamentable del que estamos siendo protagonistas obligados ante la conducta elegida por la Presidenta para irse del escenario que la tuvo porestrella durante 8 años.
No será este el momento de revisar los temas abordados cada domingo para no caer en el vicio en que se repite ella declamando una vez tras otra datos, cifras y reseñas mentirosas producto de una imaginación alterada que llama a la peor de las vergüenzas, la ajena.
Esta vez el enfoque apunta a denunciar los rasgos de una personalidad enferma, que seguramente requiere la formación psicológica y/o psiquiátrica propia de un profesional de la materia.
De todos modos, es tan evidente la perversidad que domina el genio presidencial que apenas con una mínima cuota de sentido común alcanza y sobra para decir verdad.
Es más que evidente que la Presidenta en retirada muestra al desnudo su ausencia de responsabilidad y convicción democrática, lo que se lee por sus actitudes tendientes a crispar el ánimo de su círculo más íntimo y llenar de tantas piedras como pueda el camino por el que deberá transitar su sucesor.
Nombrar 16 embajadores en el último mes, llenar el boletín oficial con el nombramiento de empleados en todas las celdas del tablero gubernamental, firmar decretos comprometiendo las finanzas de una caja que ya está vacía y comprometida desde hace mucho son muestras de un resentimiento enfermizo de alguien que antes de irse quiere terminar de romper lo poco que puede quedar sano del juguete que la entretuvo por dos períodos presidenciales sucesivos.
El raid de desatinos de sus últimos días es una triste exhibición de su carencia de valores, principios y sentido de la responsabilidad.
El ridículo la llevó, por ejemplo,a declararle la guerra al Pato Donald, al que identificó como un agente de espionaje y penetración imperialista.
Para colmo el mismísimo Zamba,el de Paca Paca, su héroe nacional y popular, se encargó de corregirla diciéndole en qué lugar se entrega la banda y el bastón presidencial a su sucesor, el Salón Blanco de la Casa Rosada.
Los desencuentros a la hora de definir hora y lugar del acto formal de profundo contenido simbólico que es la entrega de los atributos presidenciales a su sucesor la muestran al desnudo.
Es altamente probable que no vaya.
Y a decir verdad, más que no ser demasiado importante, casi suena mejor que así sea.
Porque no vale la pena poner una rama de ortiga entre las flores coloridas y perfumadas de una fiesta de la Democracia.
Ella es así, y no hay por qué procurar un cambio ya imposible a esta altura de su adultez.
Mejor esperar que el reloj haga lo suyo aunque mientras tanto debamos soportar, como ayer, esas inauguraciones de obras no concluidas decoradas con los aplaudidores de siempre, aunque menguados en número, o la innecesaria figura de una inocente de 4 años haciendo con sus manos la “v” vaya uno a saber de qué victoria.
Ni sus departamentos en Puerto Madero, ni su cadena de hoteles, ni su dinero ni sus carteras y joyas fastuosas la harán rica.
Será siempre pobre porque pobre es quien no tiene amigos.
No los tiene, no los tendrá y ante la posibilidad de un cambio real, nada fácil y que exigirá comprensión y capacidad de gestión, bueno es que alentemos el dictado de leyes que declaren la imprescriptibilidad de los hechos de corrupción, la del arrepentido y la de extinción de dominio de los bienes producto del latrocinio.
Solo con eso y una Justicia valiente e independiente alcanzará para que gane la calma, la tranquilidad y cada uno pague o cobre por lo que hizo.
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