La insólita celebración de la derrota electoral del domingo pasado que condujo a pura sonrisa el Presidente en ejercicio Amado Boudou debe leerse como una expresión más del desprecio visceral del oficialismo por la opinión y la conducta de la gente.
Por eso el palco estaba lleno y la platea vacía.
Es que quien apoya de manera auténtica un proyecto político y lo hace de total buena fe sufre el dolor del resultado adverso y se retira silencioso a padecer la sana tristeza de no haber ganado.
Por el contrario, los que se suben al barco por especulación y algún sueldito, festejan para que los vean imaginando que algo podrán seguir gozando.
Para colmo, apenas dos días después del fracaso electoral la Suprema Corte de Justicia de la Nación anuncia la constitucionalidad de la Ley de Medios.
La noticia produjo en el círculo íntimo del Poder una sensación como la del fenómeno mitológico del Ave Fénix, que cada 500 años moría para resucitar luego de sus propias cenizas.
El instrumento que la Justicia puso en manos del Gobierno fue inmediatamente empleado para intentar dar vuelta la página del papelón electoral e iniciar la marcha triunfal de la desaparición del “monopolio”.
En verdad, la consecuencia real de la decisión judicial será el comienzo de una larga lucha tribunalicia que terminará dentro de largo tiempo y sin posibilidades actuales de anticipar el resultado.
Desde este punto de vista, lo que quiso plantearse como la reencarnación del “Ave Fénix” se parece en realidad mucho más al “Gato Félix”, ese personaje gracioso que apareció en los dibujos animados de los años 20 y acá tuvo difusión en boca del inolvidable Minguito Tinguitella que encarnaba el gran Juan Carlos Altavista.
La libertad de prensa, que es el objetivo a vencer desde el oficialismo, es una meta inalcanzable con o sin el diario Clarín.
No es este diario el que obliga a la gente a mirar a Lanata todos los domingos, sino que es la calidad de la información la que hace que el periodista le gane al fútbol subvencionado, aunque Lanata se jacte de no saber si la pelota es redonda o cuadrada.
Como es imposible engañar a todos todo el tiempo, siempre habrá un periodista que diga lo que el Gobierno no quiere que se diga y serán muchos los que lean, miren y oigan lo que el Gobierno no quiere que se lea, se mire o se oiga.
Esta simulación belicista contra un medio de prensa no ha de alcanzar para que miremos esa lucha y nos desentendamos de la otra, la verdadera, la que cada día exige más esfuerzo y menos relato.
Un País que después de dos años de cepo cambiario pierde más de 15.000 millones de dólares de sus reservas, que tiene una crisis energética nunca vista, que no produce nuevos empleos y comienza a convivir con el fantasma de la desocupación, que atropella el Federalismo y se queda con tres de cada cuatro pesos para no hacer nada, que convive con la corrupción y el despilfarro, no ha de cambiar porque un fallo de la Justicia le haya salido mejor o peor.
La calidad de un Gobierno no se mide por un expediente.
La medida la da la condición de vida de la gente.
En este panorama casi importa más lo que muestre la oposición que fue una triunfadora fragmentada el domingo pasado.
Es imprescindible, si queremos un futuro menos doloroso, que todos juntos se muestren con proyectos de cambio comunes que concretamente atiendan las necesidades reales de la gente, sin egoísmos, sin triquiñuelas ni mezquindades.
Hay que admitir que la pretensión no tiene demasiados elementos para soñar.
Pero también hay que entender que los cambios necesitan que ocurra lo que antes no ocurrió.
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