La fría frase necrológica dirá que murió Martín Goméz, un conocido artesano soguero de 98 años de edad y algún dato mas. Pero la realidad es que acaba de partir el ranchero mas notable de la historia, en la que nos atrevemos a distinguir la opinión mayoritaria de las generaciones que compartieron su larga vida y pu-dieron al menos disfrutar de alguna charla con el maestro y recorrer su histórico taller de tareas.
Es que con Gómez se fue un pensador diferente, un verdadero filósofo de la vida, un catador de verdades que tenía la enormidad de sintetizar para aprender pero sintetizar aún mas para enseñarlo.
Hablar poco y decir mucho. Extraña condición de este maestro que honró siempre su título de ciudadano ilustre ranchero y no al revés. Como él lo dijera con la fineza de su ironía en relación al premio mayor que a los de su profesión les entregaran: El Santos Vega. « Yo no lo traje -dijo en una ocasión, él se vino atrás mío».
Alguna vez escribimos en esta columna que los rancheros no estábamos a la altura de ser sus convecinos. Al menos muchos de nosotros. Supimos relatar que alguna vez un visitante preguntó en un puesto de turismo municipal por el domicilio de Don Martín y la empleada le dijo no saber de quien le hablaban.
Estas cosas suelen pasar, diría uno de los artistas que admiraba Don Martín, el «pampa» Larralde que supo estar en su taller. Pero también es cierto el dicho popular que refiere que algunas grandes figuras «necesitan morirse» para ser reconocidas, Y esto suele ser mas o menos cierto. Morirse ha sido a ve-ces un gran negocio para algunas figuras públicas.
Pero lamentablemente eso tampoco ocurrió con el notable artesano. Vale decir de antemano que no era público el desgaste de su salud de los últimos días y que su merte, sorpresiva para la inmensa mayoría de los rancheros ocurrió un poco antes de la medianoche, lo que hizo que la información (le ocurrió al autor de estas líneas) recién llegara a media mañana del día siguiente y por lo tanto cuatro o cinco horas antes de su inhumación.
La decisión de sus allegados de despedirlo ese día no otorgó mucho margen tampoco. Pero hechas estas aclaraciones, podemos referirnos a la notable falta de reflejos de toda la sociedad para reaccionar acorde a las circunstancias. Solo el Padre Menegildo Santos, un extranjero con poco tiempo de estadía en Ranchos supo interpretar lo que pasaba.
Fue la única voz que le dió un reconocimiento a la medida. Antes y después nada.
No se le puede objetar al ejecutivo municipal la declaración inmediata del duelo, aunque con alguna duda creemos que la facultad concede la posibilidad de tres días de duelo y se dictaron solo dos. Y una presencia floral del municipio.
Pero el área de Cultura es parte del ejecutivo y no hubo una sola acción donde se vislumbrara la acción desarrollada. Y el Concejo Deliberante……..
Otra vez el Concejo. No podemos describir cuantos concejales pudieron en forma individual haber pasa-do en las horas del velatorio. Pero en el momento culmine y público (la despedida) en la Iglesia y en el viaje al cementerio advertimos tres ediles: Urban, Tagliabue y Soberón con la salvedad de que alguien haya escapado a nuestra visión.
¿Pero nueve concejales pudieron escapar de nuestro registro?.
Vale preguntarse: alguien oficialmente habló con la familia de Dn. Martín para tratar de que compren-diera el valor de extender el velatorio hasta el día siguiente – y en el palacio municipal – para enviar la noticia a diarios nacionales (La Nación por ejemplo) y comunicarlo a las autoridades de la Sociedad Rural argentina y al periodismo especializado?
¿Alguien duda cuan diferente hubiera sido la despedida del ilustre?.
Pero no es solo ver la paja en el ojo ajeno. Nadie debe haber impedido que entidades y organizaciones intermedias hicieran su aporte. ¿No pudo por ejemplo la Cámara de Comercio adherir con un pedido a todos los socios a un cierre simbólico de cinco minutos de todos los negocios rancheros u otra acción tal vez imaginativa que ésta ?.
No hubo delegaciones oficiales ni de Policía, ni de Bomberos ni ninguna otra que dieran marco a tal despedida.
Y por último lo que aún seguimos sin comprender: ¿Nadie sintió el compromiso ante su tumba de des-pedirlo con unas palabras? Quienes compartieron muchas jornadas y horas de su vida no pudieron decir como lo sintieran « Chau Maestro. Gracias por lo que nos diste y nos dejas».
Este autor, no se perdonará jamás haber salido del templo y siendo viernes y teniendo solo un par de horas para poder ingresar el semanario al taller de impresión haber decidido volver a la redacción para hacer la crónica que incluimos en nuestra edición pasada. Y haber ordenado una cámara al cementerio para registrar lo que allí se dijera para guardarlo para la posteridad. Aún sigue nuestra incredulidad de cuando nos dijeron: Nadie lo despidió, salvo un criollo que al menos pidió un aplauso.
Será que un maestro de la talla del notable Martín, nació y vivió para darnos lecciones. Y en su muerte nos dió la última de ellas, cruel y dura.
Con el permiso de tutearlo ilustre: Fuiste y serás demasiado grande para ponernos cerca tuyo. Demasiado ser humano al que siempre miramos muchos con admiración.
Y al que desde hace unos días, algunos miramos también con un poco de vergüenza.
(Editorial publicada en TIEMPO de Ranchos el sábado 05 de Agosto de 2017)