Por Héctor Ricardo Olivera
Escribir una columna de opinión política este sábado a la tarde es casi un absurdo.
Es que los datos que han de alimentar la curiosidad ciudadana se conocerán a medianoche, cuando se complete el juego que definitivamente dibuje las listas de candidatos para las elecciones del 13 de agosto que terminarán en las del 22 de octubre.
A modo de anticipo solo cabe anunciar que el INDEC seguramente informará una firme reactivación económica producto de la venta de garrochas, elemento que seguramente estará siendo utilizado justo ahora para saltar de lista en lista procurando cada uno mejorar su posición personal en nombre de las mismas cosas y los distintos caminos para alcanzarlas.
Será entonces a partir de hoy domingo que contaremos con las cartas del menú que la Política pondrá a consideración de los comensales para ver que hacemos en el cuarto oscuro.
Mientras, es interesante analizar un acontecimiento ocurrido el Día de la Bandera en el estadio de Arsenal, en Avellaneda.
La cancha se llama “Julio Humberto Grondona, a quien la muerte liberó de la cárcel y mostró a quien deberá inexorablemente terminar adentro.
Se produjo allí un acontecimiento histórico que, como generalmente ocurre, no alcanzamos a dimensionar en plenitud simplemente porque nos es contemporáneo.
La ex Presidenta de la República se mostró por fin desnuda de los atuendos peronistas que nunca sintió propios y usó solo para fingir convicciones que nunca tuvo y apenas le sirvieron para armar una brillante carrera política.
Como un soldado de un ejército derrotado tiró en el campo de batalla sus armas, sus banderas, sus jinetas, y sus medallas.
Junto con todo, cayó en la fosa la marcha, el pobre Hugo del Carril que la cantaba, los bombos, las banderas, los dedos en “v”, los globos, los papelitos y los fuegos de artificio.
Naturalmente que también quedaron en la sepultura los principios recitados, los valores mentidos, las historias de aparecidos, el folklore y el simbolismo peronista.
Hasta la ferviente locutora que la anunciaba con voz de cantante lírica y entusiasmo de barra brava desapareció de escena.
El acto mostró un intento vano de dibujar una persona nueva que llegó sin alardes, habló como una monja de clausura y terminó rodeada de gente común, esa que participó como un condimento que quiso mostrar que la señora distante, soberbia, autoritaria y furiosa había quedado en el olvido.
Así fue que los “compañeros” dejaron de serlo y transmutaron en “compatriotas”.
Las carteras Louis Guitton se trasformaron en un modesto monedero y el Rolex de oro y brillantes quedó en el baúl de los arcanos.
La Verdad, que siempre vence, derrotó al relato y logró lo que muchas veces pareció imposible.
El escenario bajito reemplazó los palcos altos que antes usaba para imponer la autoridad desde allá arriba y desapareció la tribuna que detrás mostraba las joyas de la dirigencia más cercana.
Ahora los Sabatella, Aníbal Fernández, Leopoldo Moreau, los Máximos y los mínimos estaban sentados allí abajo, a la altura de la gente.
Hasta el padre olvidadizo que pintó de naranja el País, Daniel Scioli, estaba sentadito como uno más con la misma cara de “yo no fui” y lejos de la fe y la esperanza.
La tertulia liberó a la audiencia de las prolongadas histerias que por horas retaban a todos y agotaban a tantos.
Asistimos entonces a un acontecimiento histórico que sinceró el derrumbe del relato que durante años saturó nuestros ojos y nuestros oídos.
La señora ex Presidenta y ex compañera Cristina Fernández de Kirchner será un recuerdo que la Historia juzgará a su tiempo.
Es ahora una mujer procesada por la Justicia que, amparada por los derechos que ella violó desde el Poder, hará lo que pueda como pueda.
Su clara intención es demorar la mano de la Justicia para lo que ha de procurar fueros parlamentarios que no interrumpen las causas pero demoran el confinamiento.
Es igual que quien fuera en su momento su ídolo, Carlos Menem.
La Justicia, el Estado de Derecho y la República deberán actuar sin rencores, sin venganzas pero también sin temores ni flaquezas, para que todos, y principalmente los jóvenes que fueron arrastrados por la euforia propia de la inexperiencia y la sangre caliente de los años mozos, sepan que la mentira tiene patas cortas.
Un proceso similar se vivió en los setenta, pero entonces con el resultado trágico de muchos muertos.
Todos debemos poner algo de cada uno para que no choquemos otra vez con la misma piedra …