La fábula es un estilo literario antiquísimo que todos alguna vez leímos con curiosidad escolar.
Su característica principal es generalmente el protagonismo de animales al que el autor dota de conductas humanas que finalmente terminan en una enseñanza o moraleja que encierra el sentido más profundo del texto.
El más conocido de sus cultores es, sin dudas, Esopo, un esclavo del que se carece de datos biográficos aunque también debe decirse que se la conoce desde unos 2000 años antes de nuestra era y que vivió en las culturas griega y romana.
En la antigua Grecia la primer fábula, “La fábula del ruiseñor” fue presentada por Esíodo en el siglo VII a.c.
Generalmente a los animales se les da comportamientos humanos para, desde allí, cuestionar conductas lesivas, vicios y desviaciones morales.
Sin ánimo de incursionar en el tema con la erudición de que esta columna carece, la realidad pone a nuestro alcance el juego inverso de describir conductas humanas que inducen a una forma de animalidad, al revés de la tradición del género.
Los protagonistas son, en este caso, la arquitecta egipcia de Calafate y el motonauta con cara y voz de “yo no fui”.
La arquitecta ha salido por el Mundo, luego de ser autorizada por los Jueces que la tienen procesada por delitos varios, a decir agravios que ella imagina pueden dañar al Gobierno de Macri pero en verdad son torpezas que desdibujan la imagen del País que ella condujo a su antojo durante 8 años.
Sus dichos certifican su desquicio.
Sólo así puede entenderse que diga que perdió las elecciones porque los que consiguieron trabajo gracias a su Gobierno creyeron que lo habrían logrado gracias a su capacidad personal, (la de ella).
Calificó en el exterior al Gobierno del Presidente Macri de “ilegítimo” y completó su colección de delirios afirmando que la sociedad argentina no está preparada intelectualmente para leer las noticias como sí lo estaban ellos, los falangistas del 70.
Vaya si no lo estaban que imaginaron que Perón era un líder progresista de izquierda y se desgañitaban gritando “Perón, Evita, la Patria socialista”.
Esta mujer adolece de la peor de las enfermedades, la soledad.
Está absolutamente sola, sin amigas de la primaria, de la secundaria o la universidad.
Sin vecinas con quienes barrer juntas la vereda y chusmear un poco.
Sin poder armar una mesa de buraco.
Sin tener a quien decirle Feliz Navidad y Año nuevo.
Debe ser triste, muy triste, y por eso está como está y ni el maquillaje exagerado puede esconder su realidad.
El otro personaje es simplemente un mentiroso serial.
Llegó a la política de la mano de Menem, que lo bajó de la lancha.
La misma lancha ya era una mentira, porque el deporte que lo consagró campeón mundial se terminó con él mismo.
Alguna de las carreras que ganó las corrió solo.
Mintió con la Rabollini, que jugó el juego de “primera dama” cuando la pareja ya no era pareja.
Mintió cuando reconoció a una hija 16 años después de su nacimiento y no porque se le despertó el corazón de padre sino porque así lo dispuso la Justicia.
Mintió cuando disfrazó de tripulante de un avión a su joven y bella travesura, hoy embarazaba y dispuesta a no cumplir con el deseo abórtico del padre de la criatura.
Mintió con las imágenes de su otra belleza que promociona sus ropas interiores dejándolas en el placar y mostrándose como llegó al mundo.
Mintió, finalmente, toda su vida, con su cara de nada, su historia del brazo que le falta y usa como un estandarte y su modo de monaguillo que le dice amén a todos los dioses.
Esta parodia de fábula alimenta al menos una moraleja:
Sobran razones para que no vayamos a tropezar otra vez con la misma piedra.
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