Mucho se habla de la grieta que divide a la sociedad argentina. Del comportamiento social casi incomparable con cualquier otra sociedad civilizada que se observa en la argentina nuestra cotidiamente. La puja entre derechos de unos y otros que se contraponen y que el estado no puede arbitrar mas allá de las intenciones que tenga en relación a corregir estos y otros defectos de la convivencia nacional son una constante. Y es que lo que no se modificó ni controló a tiempo ahora ya es una cuestión cultural y estas no se modifican ni eliminan por decretos ni con escuadrones policiales.
Es cultural en la argentina la inclinación a actitudes violentas, cargadas de agresividad, de ofensas al semejante, de chicanas, de agravios. Y dejando de lado la fácil comprobación de estas actitudes en todo lugar y con actores de todas las clases sociales, vale detenerse un instante en la forma de comunicarnos que utilizamos. Desde la mas básica del persona a persona, a las redes sociales y en los medios de prensa.
La falta de rigurosidad en todo lo que se afirma es alarmante. Y decimos falta de rigurosidad en procura del término mas feliz que se nos cruza, prescindiendo de otros vocablos como mentiras, falsedades, re-latos falaces, inventos, calumnias etc. etc que forman parte del idioma usual que aplicamos gran parte de la comunidad.
Lo que afirmamos tiene que ver con esa creencia de que los argentinos sabemos de todo. Todos somos médicos, gobernantes, ingenieros, mecánicos, periodistas y lo que se le pinte. Y desde cualquiera de esos lugares juzgamos con extremo celo a los que ejercen tales profesiones y oficios con tanto énfasis que al momento de sustentar nuestras opiniones -generalmente equivocadas como todas las que podemos emitir de aquello que no conocemos- no escatimamos argucias, atajos y argumentos «flojitos de papeles» con tal de no mostrar la hilacha de nuestras « falsas historias, teorías y demostraciones de inteligencia».
Para que se entienda: el ser argentino apasionado, fanático, todo a favor o todo en contra. El argentino del blanco o negro, sin matices es el embrión de posturas que nacen en discusiones que jamás pro-curan un punto de consenso, llegan cuanto menos a relaciones dañadas aún en el seno de familias y se convierten en el almácigo de una sociedad que vive en un clima de contrariedades que cuando se trasladan a temas delicados y de impacto social como son algunos sociales y en grandes urbes, con el fogoneo de algunos atizadores profesionales no de-moran mucho en convertirse en conflictos de con-secuencias imprevisibles.
Ejemplos de lo que describimos: repasar algunas de las redes sociales en un pueblo chico como Ranchos permite ser testigo de una incontable cantidad de comentarios malintencionados; de supuestos hechos que jamás ocurrieron, de otros que son de-formados, de incitaciones y de acusaciones personales que no debieran salir nunca del ámbito privado y se hacen públicos con una ligereza asombrosa.
Imagínese usted que si somos capaces de mentirnos casi sin limite alguno entre nosotros donde nos conocemos todos, lo que somos capaces de afirmar, comentar y discutir sobre temas de otras latitudes y con personajes que jamás vimos mas allá de alguna foto en un diario. Y así somos.
¿Cómo hacer para que un «militante» del anterior gobierno nacional reconozca algún error serio de esa gestión y a la vez acepte algún acierto del actual ?. Al revés: ¿ Cómo lograr que los adeptos al actual gobierno reconozcan errores (con alguna dosis de honestidad cabe decir que algunos errores ha aceptado hasta el propìo presidente) y lo mas difícil: que concedan aciertos a sus antecesores?.
Esta cultura de vivir todo como en medio de un River – Boca y con pasión tribunera no concede la menor chance de una base de diálogo y convivencia civilizada. Si el abordaje de cualquier tema parte de posiciones irreductibles y antagónicas no hay otro destino que la violencia cuanto menos verbal. Y de las palabras a los hechos hay un solo trecho.
El primer gesto de pacificación de la sociedad que conformamos debería pasar por dejar de saber tanto de todo. Por comenzar a darnos cuenta que no somos los mejores del planeta en todo. Que está muy bueno que el Papa sea nuestro y Messi también sea argentino. Pero el Barcelona de vez en cuando pierde, la selección argentina no es una máquina de ganar y del Papa hay decisiones y actitudes que no nos gustan a todos. Pero lo mas concreto es que ellos son dos argentinos entre millones donde no hay mas Pontífices ni delanteros que ganan el premio al mejor jugador. En el resto estamos los mediocres, los soberbios, los desactualizados, los fanáticos, transgresores, poco respetuosos de la ley.
Y sobre todo poco propensos a aprender de los demás.
Nada es tan generador de comportamientos hostiles como la soberbia y la incapacidad de aceptar y escuchar al otro.
Desde esos principios básicos, la cultura del «tengo razón» puede comenzar a abrir caminos de comprensión que lleven en un mediano a largo plazo al querernos y respetarnos un poco mas. «Que el mal no viene por bien y el bien no viene por mal es cosa cierta. Diferenciar una cosa de otra solo es cuestión de sensatez» dice Larralde en alguno de sus versos.
Y seguramente la falta de esa virtud en cantidad suficiente es la raíz que sostiene al árbol de la violencia que nos azola y que algunos quieren corregir podando sus gajos.
Lo que ese árbol muestra lo sostiene lo que está enterrado. Y es esa raíz la que debemos erradicar.
(Editorial publicada en el edición de TIEMPO de Ranchos del sábado 22-04-2017)