En la Argentina el reduccionismo político ha instalado desde hace muchos años el simplismo de instalar como debate central ideológico «estado presente» o «estado ausente» como si con un posiciona-miento en favor de una u otra postura se definiera algo o se hallara la solución de algunos de nuestros problemas.
Es tan grande – y grave – el retroceso de nuestra dirigencia que esta pretendida discusión nos lleva a épocas anteriores a nuestra constitución de 1853. Porque es en la carta magna donde se establecen claramente las responsabilidades exclusivas y excluyentes del estado y su rol en la sociedad. Salud, Educación, Seguridad y Justicia son roles indelegables del estado allí y el resto son cuestiones donde jamás el poder supremo puede declararse ajeno y su intromisión o participación depende de los momentos, regiones, situaciones particulares y otros factores que en cada circunstancia es decidida por los Poderes que conforman el estado.
Podrá decirse que los tiempos cambian y hasta aventurar que la Constitución es muy antigua. Viejo es el viento y sigue soplando respondería el idioma popular.
Los valores, el concepto de gobierno y de República y los roles claves no envejecen. En la Argentina los hemos dejado de lado en nombre del modernismo y las renovaciones y así nos va.
Traemos la cuestión al debate a raíz del desgraciado episodio ocurrido en Olavarría con el recital de un conocido músico al que concurrieron según se estima alrededor de 400.000 personas y que solo «porque Dios es grande» no terminó en una tragedia mayor que la de dos muertos y varios heridos según se informa a este momento. Desde el momento mismo en que se conocieron los hechos no ha quedado programa periodístico alguno, ni diario ni espacio de debate que no se ocupe del tema y sobre todo de otorgar las cuotas de responsabilidades que le caben a cada uno según su criterio. Que el intendente de Olavarría, que los productores, que el artista, que la provincia de Buenos Aires, el gobierno nacional, la policía y si nos descuidamos un poco las Naciones Unidas y el Papa.
Aplicando el concepto de la discusión sobre el rol del estado, resulta evidente que el intendente de Olavarría y EL CONCEJO DELIBERANTE (en el que el intendente solo tiene 5 concejales sobre 20) no han brillado por su lucidez y algún costo deben pagar por esto. Llama la atención que ahora sea ese Concejo Deliberante que te-nía todas las herramientas y el poder para decidir la suspensión anticipada del recital y no hizo nada, ahora juzgue al intendente y probablemente intenten destituirlo. Esto no estaría tan mal, si tras ello, presentan la renuncia todos los ediles y también se van.
Podríamos sumarnos a los análisis del accionar policial, de la provincia y todos los actores. Pero preferimos detenernos en un punto que pareciera nadie se atreve a afrontar: la responsabilidad de cada uno de los 400.000 asistentes y en miles de casos de adolescentes, la responsabilidad de sus padres.
Como buenos demagogos, también los periodistas evitan decirle a la ciudadanía, la enorme responsabilidad y culpa que tenemos en los graves problemas de la sociedad. Seguimos considerando a la dirigencia en general como «abichuchos» salidos de otra galaxia y no parte de la sociedad argentina que todos componemos. Y no son mejores ni peores que el resto. Son en promedio como nosotros, con otro poder, con otras responsabilidades, otras tentaciones y otra exhibición.
¿Si tanto le reclamamos a los diversos poderes por haber autorizado esta fiesta ingobernable, no es necesario aclarar que esa autorización no obligaba a nadie a poner en riesgo su vida y en muchos casos hasta la de sus pequeños hijos a los que llevaron en brazos?. Si tantos y tantos argentinos ahora se dan cuenta del riesgo que significaba ese recital, casi medio millón de personas que conocen perfectamente «la onda ricotera» de esos encuentros, no advirtieron el riesgo que asumían y ahora piden hasta destituciones al estado por no cuidarlos ?.
Que quede claro: una cosa no quita la otra. Pero ambas deben ser claramente marcadas.
Alguna vez en esta misma columna y sobre el rol del estado nos preguntamos: ante la indisciplina y la falta absoluta de acatamiento a las reglas por parte de cada ciudadano, en nombre del estado presente, ¿Vale exigir que el estado ponga un policía en cada semáforo del país para controlar que nadie los cruce en rojo?. ¿O debería alcanzar con que cada uno sepa que en en rojo no se avanza ?.
Pedirle al estado que se encargue de cuidarnos de nuestros actos irresponsables resulta una verdadera locura. Y de cumplimiento imposible.
El estado para cuidarnos en las canchas de fútbol. El estado para cuidarnos en los boliches. El estado para cuidarnos en las rutas. El estado para cuidarnos en los recitales.
¿Y el principio elemental de hacernos cargo cada uno de nuestro propio cuidado y prevención alguien lo derogó y no tiene mas vigencia ?
En este como en tantos temas que tanto espacio de discusión tienen todos los días, la primera regla es hacernos cargo de nuestras propias responsabilidades. Hasta que no lo hagamos seguiremos mintiéndonos haciendo recaer las culpas en terceros mientras lenta e inexorablemente viajamos al abismo.
(Editorial publicada en la edición del sábado 18 de marzo de 2017 de TIEMPO de Ranchos)