Entrados ya en el último mes del año puede ser oportuno escapar aunque sea por un rato de los comentarios mitad desagradables y mitad lastimosos que nos sugieren los personajes del equipo de Gobierno que fuera desplazado por las urnas e en la elección del año pasado.
Puede resultar saludable escapar de la tentación de reiterar denuncias sobre las ridiculeces a que somos sometidos cada vez que alguno de los idos dice o hace alguna de sus groserías.
Es tiempo de alejarse de la mediocridad sin describir la reiteración de escenas de novela dramática de la señora, de la aparición de Scioli ahora dedicado a la atención de las necesidades de los adolescentes así como dejar atrás las ordinarieces de siempre de Aníbal Fernández, los aullidos de D ´Elía o los pasos rocanroleros de Boudou.
Mejor es empezar a observar comportamientos y posturas con vistas a lo que viene en procura de imaginar formas de recuperar el camino perdido del crecimiento y, simultáneamente, del desarrollo.
Vale aclarar que no son lo mismo uno y otro.
El crecimiento puede ser un paliativo, pero es en verdad el desarrollo el que hace posible la distribución solidaria del crecimiento y asegura continuidad y permanencia.
Posiblemente sea hora de comenzar a comprender que no es posible medir la realidad política de hoy con los cánones tradicionales que usamos durante mucho tiempo.
Hay que comenzar por admitir que no exciten hoy Partidos Políticos en los términos en que los conocimos.
Tampoco hay líderes que apasionen ni ciudadanía apasionada.
No se trata de señalar ni un defecto ni una virtud, sino simplemente poner sobre la mesa los nuevos decorados en el viejo escenario.
Las definiciones de izquierda y derecha que nacieron con la Revolución Francesa en 1789 son un anacronismo.
Es absurdo que se defina de izquierda al dueño de 50 propiedades igual que se adjudique pertenencia a la derecha a aquel que apenas tiene un kiosco pero piensa que la Universidad no puede seguir siendo un servicio gratuito para todos, incluidos los hijos del dueño del supermercado de al lado del kiosco.
En un intento claramente conservador de los que se dicen progresistas es común escucharlos criticando duramente al mercado, al que le asignan la responsabilidad de todos los males.
Sostienen la intervención estatal en todo, aún en lo superfluo, y gastan su tiempo y sus gargantas con discursos que suenan lindo pero aclaran poco.
A la luz de lo que estamos viviendo en estos días en nuestro País nos encontramos con una contradicción ilevantable.
Ocurre que los que se llenan la boca contra el mercado en lo económico son los peores mercaderes en el rubro de la política.
En procura del facilismo populista usan su fuerza para negociar sin ponerse colorados.
Así reclaman la baja de impuestos pero despotrican contra el endeudamiento y el aumento del déficit fiscal.
Un voto en el Senado vale tanto.
Una mano alzada en Diputados va contra la pavimentación que anunciaron hace 10 años y no hicieron nunca.
Siempre ha sido así.
Después de la fiesta tiene que venir el gil que pague los gastos.
Y entonces reaparecen los que gastaron a cuenta a condolerse con los pobres.
Los Gobiernos de Macri en la Nación y de María Eugenia Vidal en la Provincia soportan el apriete y juegan su juego con relativa solvencia.
No es fácil, claro, pero puede ser, ¿por qué no?, que alguna vez seamos capaces de escapar de la trampa demagógica del populismo.
Se trata de un cambio cultural que requiere firmeza y claridad en la explicitación de sus metas y sus métodos.
Siempre habrá inoportunos especuladores.
Son todos desmemoriados, porque se creen que nacieron de un repollo sin admitir, Como Massa, Solá, el “papinovio” Scioli y los demás, que fueron serviles mayordomos de la yunta de pingüinos.
Nosotros, los de a pié, que no somos parte de nada de eso, tendremos la responsabilidad de la última palabra.
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