Finalmente, el martes (ya madrugada del miércoles) se conoció el resultado de las elecciones presidenciales en los Estados Unidos, que, nos guste o no, inciden e importan al resto del planeta de modo innegable. Alrededor de 120 millones de estadounidenses rompieron con todos los pronósticos encuestadores, contra el 95 % de los medios de prensa del país y del exterior, contra la opinión de casi todos los líderes mundiales ( también del gobierno y la oposición argentina) y lo que resulta todavía sorprendente: contra todos los manuales de la política del planeta. Eligieron al magnate Donald Trump que «solito» por mas que se diga que lo hizo por el partido republicano le ganó a todos.
El mundo se sorprende, coincidieron los grandes titulares del universo. Y desde esta humilde columna decimos: ¡Y lo que se va a seguir sorprendiendo!. Porque en realidad, lo novedoso de esto es que pasó en el país mas importante de la democracia mundial. Pero que las sociedades están hartas del «sistema». De las corporaciones. De lo «correcto», ocurre hace ya mucho tiempo. Y la Argentina ha dado muestras de esto y dará muchas mas, si «la clase política no lo entiende» (Hay que seguir de cerca la gestión Vidal en Buenos Aires y su decisión de ir contra todo y la imagen que tiene en la sociedad). El Reino Unido hace poco, Colombia también. ¿Francia será la próxima?.- El disgusto de «la gente» con todos y con todo ya está instalado en el planeta. Y es hora de tomar debida nota, porque cuando la ira surge tiene dos únicas alternativas: reprimirse generando trastornos graves en el organismo o «explota» y provoca tensiones externas de finales imprevisibles.
La ira está. Es hora de atenderla urgentemente para evitar que el mundo empiece pronto a sufrir las consecuencias.
A continuación, reproducimos un artículo del periodista Carlos M. Reymundo Roberts para el diario La Nación que refleja lo que resulta para «el sistema» el nuevo presidente electo.-
La gente lo eligió con una diferencia importante para gobernar la primera potencia de la tierra.
Ni su estilo, ni sus ideas ni sus eslóganes
Carlos M. Reymundo Roberts – LA NACION
Trump no me gusta nada.
No me gustan su discurso, sus amenazas, su estilo, sus mentiras, su narcisismo (cuando habla, «yo» es la palabra que más repite, como recordó hace unas horas Andrés Oppenheimer).
No me gustan su lectura de la realidad, su desprecio por todo lo que no sea Estados Unidos, por los buenos modales, las mujeres, los latinos, los negros, los musulmanes.
No me gusta que a lo largo de la campaña no haya presentado un programa de gobierno. Que ahí donde debería haber puesto planes, proyectos, haya puesto eslóganes.
No me gustan sus corbatas, su sonrisa y su pelo comprado.
No me gusta su equipo. Su falta de equipo. Lo que ha mostrado hasta ahora. No me gusta su historia política. Su falta de historia política.
Mucho menos, su muro en la frontera con México, su populismo, su histrionismo, su ignorancia de cómo funciona el mundo.
No me gusta que se haga el loco. ¿O no se hace?
No me gusta que le guste Putin y que Putin haya apostado por el triunfo de Trump.
Admiro los líderes con serenidad, prudencia y templanza. Franco Macri cuenta en un libro que Trump, después de haber perdido al golf contra Mauricio, rompió uno por uno todos los palos de la bolsa.
No me gustan su patoterismo, falta de escrúpulos, querer llevarse todo por delante. Que no dé indicaciones, sino órdenes.
Fue muy feo cómo saludó anteanoche, durante los festejos, a su vicepresidente, al que le sacudió el brazo con violencia, ridiculizándolo y como para decirle: «Nunca te olvides quién manda acá».
Me hubiese gustado que no se negara sistemáticamente a mostrar su declaración de impuestos.
Detesto que nos mire a todos desde arriba, parado encima de su fortuna.
En principio prefiero que los magnates trabajen de magnates, no de presidentes.
No me gustan los empresarios hoteleros puestos a presidente, y ya se imaginarán por qué no me gustan.
No me gustan sus ataques a la prensa. Otra vez el déjà vu.
Admito que no me disgustó su primer discurso como presidente electo, muy moderado. Pero me gustaría creerle. Pienso que sólo le preocupaba calmar los mercados, que ya estaban pegando gritos.
Ojalá que no cumpla su promesa de cerrar la economía norteamericana. Ni por ellos ni por nosotros.
No me gusta la primera dama. Me gusta como dama, no como primera. No puedo creer que un país como Estados Unidos se dé un presidente como Trump.
Tampoco me gustaba mucho Hillary, y ahora que perdió con Trump me gusta menos. Es horrible que ya no podamos creer en las encuestas.
No me gustaron el Brexit y el no en Colombia. No me huele bien lo que se viene.
Me encantaría estar equivocado. Me encantaría escribir un día que Trump nos volvió a sorprender, esta vez para bien.
No me gusta que tantas cosas no me gusten.
(Editorial publicada el sábado 12 de noviembre en TIEMPO de Ranchos)