La agresión que sufrió el viernes el periodista Nicolás Wiñazky mientras hacía una nota en la ciudad de La Plata es una demostración más de que la banda que fuera expulsada por los votos en la última elección no es apta para convivir en una sociedad democrática.
Por el contrario, como los echaron los votos eligen actuar con el estilo propio de las botas.
Naturalmente que se trata de un anacronismo que no ha comprendido que si la Argentina fue capaz de enjuiciar a los dictadores no ha de admitir que algunos imaginen posible el ejercicio de la violencia como una forma de hacer política.
Lo de Wiñazky está en la superficie por la cercanía en el tiempo, por la actividad personal del periodista y por el fundamentalismo en el que siempre desembocan los que se dan cuenta que cada día son menos y cada hora son más salvajes.
Antecedentes sobran para decir que ese loquito que cruzó la calle a los gritos de “oligarca, oligarca” no es, lamentablemente, el único.
Pero su conducta alcanza para analizar la deformación a que fueron sometidos desde el Poder kirchnerista a lo largo de su docena de años.
¿Cómo va a gritar “oligarca” uno cuya jefa es una real oligarca que tiene millones y propiedades a granel?
Peor aún, porque esta se “oligarquizó” desde el Poder.
Estos vientos se sembraron luego de la prueba de feudalización de Santa Cruz y a partir de que Eduardo Duhalde los inventara simplemente por el capricho personal de ganarle una a Menem que ya le había ganado otra antes con de la Rúa.
Desde el primer día él primero y ella después, pusieron en marcha la mentira de la “revolución progresista” que era, en verdad, la restauración conservadora que el peronismolleva dentro de sí por su origen y formación.
El populismo llenó la Plaza primero y luego apenas les alcanzó con unos pocos “pibes para la liberación” en el Patio de las palmeras.
Ya más cerca de los Tribunales, (van a hacer un surco en las escaleras), es necesario ponerle freno democrático al totalitarismo que los enloquece.
Porque lo de Wiñazky es un caso, pero se pueden agregar muchos, como la amenaza de muerte al Juez que aplique la Ley con la Señora, como dijo Esteche, o la sociedad de Moreno con el ex Jefe kirchnerista del Ejército, Milani, acusado de la desaparición del soldado Agapito Ledo y torturas a los Olivera en la Rioja.
Hay mucho más …
Los insultos de la Bonafini, la adolescencia tardía de Gioja haciéndose el pibe de léxico insultante o la pretensión resucitante de Scioli con esa cara de “agujero sin bordes” apareciendo en una telenovela justo cuando sus funcionarios están llamados por la Justicia para que den cuentas de sus actos.
En fin.
Estamos asistiendo a un final ordinario y cuchillero que deberemos atender para que la Justicia haga lo suyo sin resentimientos, sin persecuciones pero también sin flaquezas ni medias tintas.
Y rápido, por favor, por obligación republicana.
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