Nuestra actividad y las naturales relaciones en una comunidad chica hacen que nuestra existencia de mas de seis décadas nos permitan reconstruir la historia de las relaciones públicas y la manera en que se consideran entre si los vecinos en general y en el caso puntual que hoy nos convoca, el de los funcionarios y empleados públicos con el resto de los ciudadanos.
Este autor, alguna vez también fue empleado municipal (corto lapso pero interesante) sien-do muy joven y hoy, a la distancia y desde otro lugar, suele quedar absorto al testimoniar los «cambios» que se han dado en la mate-ria.- En Ranchos, uno vuelve la memoria y se imagina hace 40 o 50 años siendo un joven agente municipal atendiendo a cualquiera de los vecinos tradicionales y ya hombres (y mujeres) maduros que hicieran una consulta personalmente o llamaran por teléfono en procura de alguna respuesta. Era eso casi un desafío permanente para mostrarse a la altura de las circunstancias. Puede la imaginación recordar imágenes de vecinos tan recordados como Dn. Mino Pacheco, o el Dr. Raúl Rey, o el periodista Don Carlos Bona, o médicos como Morcchio, Santamaría, Cucchi.- O la profe Etcheverría, o la querida doña Encarna. O cualquiera de los hombres de campo, productores que al saludar se quitaban la gorra o el sombrero ante el ordenanza que los cruzaba.
Puede imaginarse el lector a uno de esos jóvenes empleados en ventanilla o responder al teléfono con frases como: «Hola Mino (o Raúl, o Carlos o como se llamara) como te va. ¿Qué precisas?» y el vecino atónito casi sin saber que decir hasta se quedaría con la duda de saber quien lo atendió tan «familiarmente».
En la actualidad esto es absolutamente cotidiano. El tuteo, el trato informal y casi irrespetuoso, bromas fuera de lugar y una toma de confianza que mas que rozar, cruza la frontera de normas básicas en las relaciones con la comunidad por parte de agentes públicos, sobre todo en los mas nuevitos en la función. Porque aquellos con años en el lomo muestran en general las costumbres de antaño.
Hemos hablado con las autoridades al res-pecto y al menos hemos recibido coincidencia en la preocupación que esta tendencia les genera y hasta han ido mas lejos en explicaciones. Nos decía días pasados un alto funcionario del gobierno comunal que hace mucho tiempo que están tratando de obtener cursos de capacitación para los empleados municipales y nos daba ejemplos: «No puede ser que una persona llame al municipio para preguntar por la calle fulano de tal y el empleado le responda: espere un momentito…. y entonces le vaya a preguntar a un secretario o a veces al propio intendente cual es esa calle. Y ESO NOS PASA TODOS LOS DÍAS» nos agregaba.
Y llenarnos de anécdotas. «Perdóneme – le dijo hace un tiempo un empleado municipal a un llamado telefónico de larga distancia -, no tengo ni idea quien es Martín Gómez».
Nos decía uno de los funcionarios mas importantes del gabinete que están procurando el dictado de cursos de capacitación para el personal municipal que hace años no se dictan. Naturalmente que nos parece buena idea, pero a la vez nos preguntamos: ¿Dónde hacían los cursos Perla Gatti, o Negrita Irigoite y Marta Romero o Don Zoilo Sierra?. ¿Hablar y tratar al otro con respeto ahora exige de cursos de capacitación?. ¿Saber un poco del maestro Dn Martín o conocer el nombre de nuestras calles no debiera ser un interés natural del agente?
Y por último: ¿Cuál es el rol de los gremios en este sentido?. Sentimos impulsos de decir que les importa poco, pero como afirmar esto es para que se vengan en avalancha los dirigentes gremiales dejaremos el margen de la duda. ¿Pero no sentirán esos dirigentes que ser representantes gremiales de empleados con mucho menor nivel de conocimiento, de forma de tratar y hasta de cultura básica es también bajarse el nivel como dirigentes?. ¿No se sentirían mucho mas orgullosos de ser los delegados de emplea-dos con mucha mayor vocación de crecer y mejorar?.-
Vale decir, para no meter a todo el mundo en la misma bolsa que siempre están los agentes encantadores que ponen lo mejor de si y que aún, sin contar con todas las herramientas que debieran tener, disimulan sus carencias con buena voluntad y con «onda» como dicen los chicos. Los hay y se destacan.
Finalmente, sin pretender que la cuestión se convierta en la agenda de la semana, nos parece oportuno señalar estos vicios de la administración cada día mas evidentes y que, vía cursos de capacitación o el simple esmero de cada uno de los involucrados de comprender que ser empleados del estado es una forma de ser servidores de todos y cada uno de los ciudadanos, debieran aceptar que el buen trato, el mejor servicio y el capacitarse para hacerlo de la forma debida es una obligación que le impone su propia tarea y no una opción que tienen derecho a desechar.
(Editorial publicada en TIEMPO de Ranchos el sábado 24 de setiembre de 2016)