El juego al “vigilante/ladrón” que vivimos cada día satura nuestra capacidad de asimilar vergüenza tras vergüenza.
Nadie pide que la Justicia y su colaboradora, la Policía, afloje en su tarea de perseguir, investigar y condenar a la banda que gobernó la Argentina durante una docena de años.
Si imagináramos que nuestra realidad es una biblioteca nos encontraríamos que día a día los estantes se van colmando de novelas policiales en tanto que, inconscientemente, no agregamos volúmenes de otras características y otros temas quizás de menor espectacularidad pero seguro de mayor trascendencia.
Por eso hoy he de dejar de lado a las Cristinas, los Boudous, los Báez, los López, los Sciolis y demás delincuentes, para sacar un libro de otro estante y pensar alguna de las cosas que hay que hacer para que la República esquive esta tendencia a ser apenas una novela policial.
Si el Gobierno de Cambiemos ha venido a cambiar, debe empezar a poner sobre la mesa de la discusión temas que marquen un camino distinto del que hemos andado tanto tiempo.
Para que seamos un País en vías de reparación del daño infringido es imprescindible que se tenga en cuenta que la única manera seria, consistente y duradera de alterar la decadencia es educar a los jóvenes.
Solo con mirar los logros económicos y sociales producidos en pequeños países asiáticos carentes de riquezas naturales que volcaron su esfuerzo a la Educación de sus chicos bastará para comprender que el crecimiento junto con el desarrollo germina en las aulas.
Será entonces tiempo de discutir la validez de dogmas limitantes de nuestra capacidad de romper con tradiciones que han perdido vigencia.
La Reforma Universitaria de 1918 fue un movimiento revolucionario que puso la Universidad al alcance de todos y significó un tremendo paso adelante a favor de la democratización de la enseñanza y la integración de jóvenes de clases populares al más alto nivel de formación.
Hoy debemos tomar conciencia que han transcurrido 98 años y es hora de analizar si las banderas de ayer sirven para vestir los mástiles de hoy.
El populismo kirchnerista se ufanó en crear Universidades de dudosa calidad de formación que en verdad fueron usadas para triangular dineros que sirvieron para el latrocinio oficial.
En medio de la fiesta se encargaron de legislar ratificando el principio del “ingreso irrestricto”, muletilla que suena bien a los oídos de todos pero que debe ser revisada con criterio adecuado a la realidad actual.
Los números indican que en verdad la existencia de más alumnos produce la contradicción de menores egresados si comparamos con otros Países cercanos donde el acceso a la Universidad está condicionado a la demostración de la capacidad de los aspirantes.
En nuestro País la deserción del primer año es de 7 de cada 10 ingresantes en las Universidades públicas y de 6 de cada 10 en las privadas.
En ambos casos la mitad de los nuevos alumnos aprueba una materia en su primer año.
Es evidente que algo no anda bien, y es hora de empezar a analizar qué y cómo debe hacerse para corregir estos valores.
Si sirve de ejemplo digamos que en Brasil, Colombia, Chile, Ecuador y México hay examen de ingreso
El caso de Ecuador es notable.
Allí los aspirantes al ingreso universitario rinden un examen cuya valoración óptima es 1.000 puntos.
Para entrar el mínimo es 500 pero si la idea es estudiar Docencia o Medicina el piso es 800. Si alguien esgrime un planteo ideológico sepamos que en la China comunista, igual que Cuba y Vietnam, los alumnos son sometidos a una prueba previa a su incorporación a la Universidad.
En Brasil y México se reciben un 80 % más de profesionales que acá.
Estos datos primarios justifican la puesta en marcha de programas de análisis de las reformas que deben hacerse si realmente estamos dispuestos a producir los cambios que nos acerquen a lo que queremos ser como País.
Posiblemente lo primero sea revisar el funcionamiento del nivel educativo previo a la Universidad, porque allí está el germen de la decadencia.
El nivel secundario debe ser reformulado para que nunca más nos tengamos que enterar que la Universidad de Buenos Aires, (UBA), haya tenido que incorporar clases de lectura y comprensión de textos en su Ciclo Básico.
Esos alumnos estuvieron 3 años en el nivel inicial, 6 en el primario y otros 6 en el secundario.
En la misma mesa de análisis debe ponerse el tema de la limitación del cupo de ingresantes para orientar la matrícula hacia carreras que acompañen el crecimiento y la industrialización del País.
La Universidad no puede seguir pariendo 4 abogados por cada ingeniero, sino que debe invertir el orden de la producción.
De igual manera no puede esquivarse la gratuidad.
Primero, porque la gratuidad no es tal.
El gasto lo paga la sociedad con sus impuestos.
Y lamentablemente ocurre que por esta vía injusta termina el pobre tipo del más bajo nivel económico corriendo con los gastos del “nene de papá” que va a la “Facu” en un coche que no puede comprar su profesor.
El sistema debe variar hacia un plan de becas que asegure la posibilidad de estudiar al que no tiene recursos, que naturalmente lejos está que sean todos.
Este tema, como tantos otros que paulatinamente iremos desgranando, deben ser puestos en la vidriera para generar un debate que nos saque de la modorra y nos lleve a pensar cómo hacer una República Democrática moderna, justa y floreciente.
Historias relacionadas
18 de abril de 2024