Estimada Señora:
Las tristes situaciones por las que hemos pasado los argentinos durante una docena de años y las esperanzadas conductas por las que hoy pasamos me inducen a escribirle esta carta.
Imagino que su capacidad, su paciencia y su calidad le garantizan la templanza para soportar agravios, esperar con la serenidad de los sabios y mantener la calma cuando todo parece derrumbarse.
Usted fue violentamente desalojada de los despachos del Poder para instalar en su lugar a la corrupción más terrible de que tuviéramos noticias.
A partir de allí, sin su presencia en la cabeza ni el corazón de los ocupantes de los escritorios, comenzó un festín que sus actores imaginaron eterno.
Naturalmente que Usted no se quedó sola.
Cambió de domicilio y se fue a vivir en una casita modesta, tan modesta y humilde como la de tantos argentinos trabajadores y buena gente, donde se sintió cómoda y acompañada.
Así fue que pudo andar por las calles sin otro mérito que el de su condición de virtud propia de la buena gente.
Se abrieron las puertas de los hogares de distinta condición social y económica y en todos ellos encontró Usted la presencia viva de su mandato, de su virtud y de su compromiso.
Mientras tanto los otros, los que la desalojaron amparados en una incomprensión de lo que en verdad es el mandato popular, montaron la fiesta a la que Usted no fue invitada y su ausencia transformó la ética en licitaciones a medida, la moral en bolsones llenos de sobreprecios, la austeridad en cajas llenas de dólares, los conventos en aguangtaderos que no son conventos y las monjas en damas que no son monjas.
Nada dejaron por hacer al servicio del mal y su única meta fue el dinero como exclusivo soporte del Poder.
No ay dudas que fue su mirada serena, su modo docente y su riqueza espiritual la que guió la mano de la gente para que las urnas terminaran el festín.
Es entonces ahora el tiempo de su retorno al lugar que nunca debió dejar.
Así es que en procura de recuperar su reinado la Justicia se ha puesto en marcha para investigar, descubrir y sancionar.
No hay, como se pretende vanamente en denunciar, persecución ilegítima alguna.
En todo caso las eventuales persecuciones son igual a la que puede ocurrir en cualquier calle donde un patrullero policial corre detrás de un par de moto chorros.
No será fácil restituirle su lugar, porque el daño es de tal magnitud que a veces parece imposible contar con los elementos necesarios para semejante tarea. Pero la decisión está tomada y ha prendido fuerte en la sociedad.
Todo me conduce a decirle que su reinado será vuelto a instalar.
Que no habrá otra experiencia vergonzante como la vivida y será Usted, Señora Honradez, la que nuevamente nos guíe por la buena senda.
El que equivoque el rumbo será puesto en caja, sin importar su pertenencia partidaria, su condición social o su eventual jerarquía.
Solo me resta pedirle disculpas por el agravio a que fue sometida por tanto tiempo.
Sé que su comprensión y su firmeza sabrán disculpar la falta de reacción.
Volverá Usted a sentarse al lado de los sillones importantes de la República, de donde jamás debió ausentarse, para inspirar a las autoridades a actuar bajo su control.
Podrá haber errores, seguramente los habrá, porque la infalibilidad no es condición humana, pero no habrá más corrupción, coimas y malversaciones.
Y si los hay, porque de carne somos, será Usted la que alce su dedo acusador para que la Argentina actúe según la Ley y meta preso a los ladrones.
Reciba Usted mis respetos que me atrevo a imaginar serán los de muchos.
“Cacho” Olivera.