El actual Gobierno nacional ha basado su estrategia económica para salir de la enorme crisis que azota a la Argentina en la confianza que logre despertar en el mundo de las grandes potencias y a partir de ella, mediante importantes inversiones, reactivar el motor de la economía, generar puestos de trabajo, incentivar la capacidad de con-sumo interno y provocar asi una especie de círculo virtuoso que revierta esta grave realidad de caída de la economía general en medio de un prolongado proceso inflacionario.
Tanto al momento de realizar un análisis de la situación como al momento de considerar la estrategia del gobierno del presidente Macri, se pueden discutir matices, ciertos números y detalles en general. Pero en los datos gruesos de una y otra cuestión no es difícil coincidir.
Por un lado la herencia recibida es gravísima. Y por otro lado, nadie reniega de la importancia que significa la llegada de capitales inversores si llegan sobre todo para explotar actividades de riesgo, con generación de trabajo, aporte a la balanza de exportaciones y pagos de altos tributos. Podrán discutir entre pensadores de izquierda y de derecha cuestiones semánticas de la ideología, pero no mucho mas.
Pero hay otros aspectos para debatir largamente y con sobrados argumentos sobre las posibilidades alcanzar el tan deseado círculo virtuoso.
Y es que precisamente, todo ese ambicioso deseo tiene como primer escalón de la pirámide «generar confianza».
Bien. Basta echar un vistazo desprovisto de muchos prejuicios para dudar de las posibilidades de ganar ese criterio optimista en los inversores del mundo.
Luego de las detenciones del ex secretario de Transporte de la nación (confesando sus delitos), el escandaloso caso del empresario amigo/socio del matrimonio Kirchner Lázaro Baez, preso en medio de cientos y cientos de propiedades, monedas de todo tipo, color y cantidad, la similar situación del otro empresario crecido a la sombra única del gobierno anterior como Cristobal López (siguen apareciendo López), hace horas se sumaron el pro-cesamiento de los tres jefes de gabinete del último gobierno (Capitanich, Abal Medina y Fernandez ), el del ministro de Infraestructura De Vido y se le suma en estas horas una denuncia formal contra la ex presidente por «jefa de Asociación Ilícita» presentada por la legisladora Stolbizer y una abogada.
De modo tal que el listado de procesados (y algunos condenados ya) del anterior gobierno incluye nada menos que a la presidenta de los ocho años anteriores; a su vicepresidente (iría a juicio oral próximamente); a sus tres jefes de gabinete; al ministro de Planificación con el mayor presupuesto ministerial del gobierno nacional, a sus dos principales secretarios (Jaime y José López ) ya detenidos, el que fuera titular de la AFIP a punto de engrosar la nómina y una larga lista de funcionarios de menor rango procesados en varios expedientes mas, naturalmente que no pueden servir para generar confianza en ninguna parte del mundo.
Si quiere, vale sumársele que el nuevo presidente, al momento de asumir también estaba procesado (aunque por motivos que no tenían que ver con el erario público) y tras ser sobreseído por ello, ahora está siendo investigado por su declaración jurada y algunos ahorros que tenía fuera del país.
¿Cómo puede basarse un programa de salvación del país, en una condición que a todas luces resulta imposible de conseguir por lo menos en el corto y hasta en el mediano plazo?
Esta clarísimo además, que la justicia en la Argentina, lejos de hacer honor de su independencia, cuenta antes que nadie los votos en cada elección nacional y tras el cómputo decide el rumbo y la velocidad de sus investigaciones y fallos.
Y que mas allá de cambios en la Corte y de algunos jueces federales que se irán reemplazando, lejos está de alcanzar para modificar la imagen de la Argentina (y de nosotros, los argentinos) en el mundo.
No está mal, claro que no que se trabaje intensamente en revertir las estructuras, las formas y finalmente la cultura de la corrupción que nos invade. Pero ello llevará años y generaciones, en el mejor de los casos. Y aún cambiando todo ello, la confianza es la última estación en la que se detiene el tren de la credibilidad.
Mientras tanto y con el realismo que todo gobernante debe tener para tomar decisiones correctas, impone la necesidad de aplicar programas válidos para la desconfianza. Para esa buena señora que adoptamos y que seguirá viviendo y mandando entre nosotros y en el resto del mundo por mucho tiempo.
Si existe ese programa, si se aplica aquí y nos permite ir subsistiendo hasta esa última estación, habrá probabilidades de alcanzar mejores metas en el largo plazo. Por ahora, depositar nuestro optimismo en la confianza que podamos generar, es una ilusión que solo puede conducir a una nueva decepción.
Porque tanto aquí como en el resto del mundo, la creencia sigue estando en un viejo refrán: En la Argentina, la confianza mata al hombre…. Y unas cuantas cosas más.
(Editorial publicada en la edición del sábado 25 de junio 2016 en TIEMPO de Ranchos)