En un País normal el cambio de Gobierno supone una ceremonia que simboliza la concreción de la Democracia luego de una elección limpia y transparente.
Nosotros no somos, mal que nos pese, un País normal.
Un capricho vestido de soberbia nos privó del acto formal de la entrega de los atributos presidenciales del que se va al que viene.
Pensando en la línea de la normalidad institucional, el cambio significa reemplazos de funcionarios, nuevas líneas económicas, políticas y sociales puestas en acción y el lógico resultado de estilos diferentes que son propios de la personalidad del que termina y el que comienza.
En nuestro caso hay otros componentes.
Porque cada día nos enteramos de una nueva tapa de una cacerola que se levantó y dejó a la vista hechos y conductas que no figuran en los manuales de la política entendida como la acción de gobernar en procura de mejorar la calidad de vida de la gente según el criterio y las ideas de cada protagonista.
Acá tenemos hasta un capítulo sentimental más propio de las telenovelas de la tarde que de los más altos escalones del Poder.
Tal es el caso del candidato derrotado Daniel Scioli que hizo su campaña simulando un romance inexistente con su mujer que terminó con el escrutinio que midió su derrota.
El ex Gobernador ratificó así su condición de mentiroso serial, porque ya había mantenido durante años a una hija escondida y se decía campeón del mundo en la práctica de un Deporte que el avezado periodista Diego Bonadeo nos informó en su momento que era una categoría inexistente.
Si hasta llegó a referir que más de una vez compitió solo y, por supuesto, llegó primero.
El capítulo del romance se completa con las declaraciones públicas de la secretaria de Néstor Kirchner, Myriam Quiroga, que declaró haber sido amante del pingüino durante 10 años y hasta su muerte.
Agregó además que esa relación era de conocimiento de la ex Presidenta, Cristina Fernández.
“no era una pareja, era una sociedad”, dijo la conocida íntima del Jefe.
En este capítulo de destapada de cacerolas Carlos Menem sumó lo suyo.
Dijo que a Kirchner lo habría matado de un tiro su esposa y ahora agregó que sabe quién, cómo y por qué asesinaron a su hijo en el helicóptero en que cayó en Ramallo.
Sumemos la escena dantesca del conteo de dólares y euros en “la Rosadita”, las declaraciones del anterior Director de La AFIP, Ricardo Echegaray, diciendo que lázaro Báez va a terminar preso y la respuesta de éste espetando que él puede explicar su patrimonio pero Echegaray y Alicia Kirchner no.
Estos casos y los tantos más que han de aparecer como siempre pasa a la hora del desbande pueden tener una doble lectura.
O son piedras en el camino del Gobierno de Macri o, si hay decisión y firmeza, (que parece haberlas), pueden transformarse en elementos que ayuden a la comprensión del real estado de la herencia recibida.
Si así ocurre, se dará el hecho casi inesperado de que la desgraciada experiencia kirchnerista nos sirva, por vía del absurdo, para comprender lo que nos pasó y nos alistemos acá también para que otro “nunca más” ayude a la consolidación de la República.
Esto significa, obviamente, que nunca más a la dictadura, pero también nunca más a la corrupción.