Las huelgas de cada lunes y martes, más las marchas, las radios abiertas y las asambleas proyectan la inactividad a todas las jornadas.
La Educación requiere de continuidad para hacer posible el vínculo indispensable de alumnos y maestros, para iniciar a los nuevos en el proceso de sociabilización que se da en el aula y para que, luego de las vacaciones lo recuperen los mayores.
Este estilo de funcionamiento que parece un juego a las visitas no sirve para que los chicos aprendan algo.
Tampoco ayuda a que los maestros entren en la gimnasia necesaria para que los temas curriculares reciban el tratamiento adecuado.
A la luz de los acontecimientos públicos, la instancia entre sindicatos y Gobierno Provincial está agotada.
La última reunión no alcanzó acuerdo salarial alguno, que es el tema exclusivo del reclamo aunque los maestros pretendan adornarlo con requerimientos menores, por lo que todo terminó en un anuncio de un nuevo paro de 3 días a partir del próximo lunes 8.
La manifiesta intencionalidad política de la medida ha evitado llevar el reclamo al lugar donde debiera.
El Gobernador ha dicho que el esfuerzo provincial no da para más.
La dirigencia sindical, donde el cacique Roberto Baradell se exhibe como el conductor de los maestros demuestra con su conducta que no son ni sus pares y mucho menos los 4,5 millones de alumnos los que movilizan su intransigencia.
Una banca en el Congreso llena su cabeza, como ocurrió antes con Mary Sánchez y Marta Maffei aunque con calidades distintas a favor de ésta.
En la argentina, desde 1810 en adelante, la Plaza de Mayo es el lugar donde se han dado cita festejos y reclamos.
Allí es donde deben ir los maestros, con la solidaridad de sus colegas de Capital y otras Provincias, a pintar de blanco con sus guardapolvos el lugar emblemático.
También deben acompañar las víctimas, los chicos, y sus padres, así queda claro que pueblo y trabajadores juntos exigen que la Educación sea un reclamo en estado de emergencia nacional.
Lo bueno o malo que pase en este País tiene un responsable final, que funciona en la Casa Rosada.
Es inadmisible que la Presidenta de la República se vaya de paseo a “su lugar en el Mundo” como si nada pasara.
Peor aún si sus espadas se dedican a jugar a los soldaditos de plomo atacando al Gobernador y sus amigos salen a defenderlo completando la tragedia de un enfrentamiento intestino que solo sirve para que las escuelas se mantengan cerradas.
Que una desquiciada Diputada Nacional, Diana Conti, salga a decir lo que le dijeron que diga, “el Gobernador debe acatar órdenes”, muestra la catadura institucional de muchos de los que están donde están por esas cosas del destino.
Esta mujer fue funcionaria de de la Rúa, acompañó en la boleta a Raúl Alfonsín como segunda candidata a Senadora, cargo al que accedió por la renuncia del ex Presidente.
Hoy es una talibán oficialista, pero nadie duda que está redonda de darse vuelta.
Lo cierto es que no hay clases.
De ahí que haya que ir a la Plaza de Mayo, con Baradell o sin Baradell, para que la Presidenta se entere de lo que pasa y juegue su papel superior al servicio de la solución de un conflicto que, por sus implicancias futuras, es el más grave que nos toca vivir.
Los enredos entre kirchneristas y sciolistas le son ajenos a la gente.
Sabrán ellos cómo y cuando resolver sus vanidades, sus apetitos y sus miserias.
Pero esto no debe interferir con las cuestiones importantes que hacen al funcionamiento del Estado.
La Plaza de Mayo es el lugar.
Si la lucha es verdadera, si la pasión en defensa de sus derechos es pujante hasta el heroísmo, ahí deben ir los maestros.
Ya habrá tiempo para ver qué y cómo se enseña adentro de las aulas.
Hay mucho camino por andar en este aspecto, pero antes que nada, hay que golpear la puerta de Balcarce 50 para que la Señora de la casa se entere lo que ocurre y ponga manos y pesos a la obra para comenzar a solucionar la crisis.
Si la Presidenta atiende el problema con la velocidad con que ella y su troupe dio la vuelta carnero respecto del Papa cuando se enteraron de su elección, las clases pueden normalizarse en apenas un ratito.
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