La pretensión de eternidad que suele confundir al ser humano ha salido a la luz el domingo pasado en la Argentina.
Así fue que esa desviación que creyó apoderarse para siempre de las banderas del peronismo y con ellas de la abandera de la Patria fue desalojada de su fantasía por el simple acto de los ciudadanos poniendo un papelito en las urnas.
Todo lo que comienza termina.
Está en la naturaleza de las cosas, de los hombres y de la vida.
La más bella flor se marchita y muere, igual que las mejores y peores cosas de la existencia.
El error consiste en no estar preparado para el final razón por lo que se produce una reacción explosiva y contraria al sentido común y al elemental respeto por la convivencia.
La experiencia es buena para tratar de comprender las miserias y debilidades de algunos para evitar repetir sus actitudes cuando les toque a otros.
Porque inexorablemente a todos ha de ocurrirles a su tiempo, “todo en su medida y armoniosamente”, como decía el General.
Acá estamos viendo una reacción histérica y espasmódica consecuencia directa del derrumbe de una facción montada sobre la corrupción, la mentira, la ficción y los alardes de un pseudo progresismo pituco que confundió a la Democracia con el populismo y la demagogia.
A partir de la personalidad patológica de la conductora, sus “pibes para la liberación” han tropezado con la realidad y por eso repiten lo mismo que tantas veces criticaron con saña.
En 1955 el Peronismo derrocado acuñó un calificativo que hizo escuela en nuestro pensamiento y nuestro lenguaje.
Todo aquel que se oponía al oficialismo era tildado de “gorila”.
El término surgió de un programa radial, “La revista dislocada “que en una parodia de una película llamada Mogambo, con Clark Gable y Ava Gardner, uno de sus personajes decía, al oír ruidos en la selva, “deben ser los gorilas”.
Delfor y Aldo Camarotta, autores de los libretos del programa de radio usaron esa frase en una muletilla que hizo escuela: “deben ser los gorilas, deben ser”.
De ahí pasó el calificativo a todo aquel que hacía o acompañaba con el sentimiento a quienes luchaban contra el gobierno de Perón.
Desde entonces y por años “gorila” pasó a ser sinónimo de antiperonista, destituyente, conservador, oligarca y golpista.
Los muchachos de hoy han invertido los roles y son ellos los que se han transformado en la versión actual de aquel comportamiento.
Son ellos ahora los que se asumen destituyentes, los que se han hecho mini conservadores en base a sueldos, negocios y desvíos, los que lloran porque tienen que desalojar los despachos de lujo, los que repudian a la gente que eligió terminar con lo que había.
El “neogorilismo” ha surgido como la germinación de la mala semilla.
Posiblemente no sean tantos y es de imaginar que sectores prudentes y serios del propio seno partidario sabrán ponerlos en su lugar.
La absurda conducta del kirchnerismo en la última sesión de la Cámara de Diputados, votando casi 100 leyes a libro cerrado y en trámite exprés mostró que las paredes del rancho comienzan a agrietarse.
Como los de antes, estos “neogorilas” intentarán poner piedras en el camino de la reparación.
Igual que aquéllos, quedarán seguramente como una anécdota triste que la sociedad democrática sabrá dejar atrás apenas como un mal recuerdo.
A favor de los del 55 debemos decir que los animaba la lucha por el avasallamiento de derechos.
A estos de ahora sólo los mueve la pérdida de privilegios.
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18 de abril de 2024