El mito de la invencibilidad se ha derrumbado como una casita de naipes.
La pretensión de eternidad, contraria a la naturaleza humana, igual.
Las elecciones del domingo pasado terminaron con la democracia encuestadora y pusieron de cara a la verdad el estado de ánimo de una sociedad que ha decidido terminar con un sistema cargado de autoritarismo y falsas veleidades progresistas.
Es que, aunque a veces más tarde de lo que sería de desear, todo llega.
Las sociedades no se suicidan, aunque alguna vez se confundan y corran detrás de relatos falsos vestidos de lo que no son pero disimulan bien.
Llega un día en que se corre el telón y la realidad dice su verdad inapelable.
Eso, sencillamente, es lo que dijeron las urnas.
Queda apenas un último paso que será el 22 del mes que viene, cuando debamos elegir entre Mauricio Macri y Scioli.
El golpe de knock out de la Provincia de Buenos Aires anticipa el final.
María Eugenia Vidal, una joven de 42 años y no de 36 como dijera en su confusión la Presidenta, barrió al impresentable Aníbal Fernández en la Gobernación de Buenos aires.
La derrota de Fernández es la derrota de la Presidenta, que fue la que lo eligió.
Creyó desde su trono imaginario que el poder era suyo y en función de ello supuso que la gente es una corte sumisa, asustada y comprable.
Se equivocó otra vez, pero esta vez la gente supo darle una respuesta.
Como nunca cambió opiniones con nadie pensó que nadie se atrevería a contradecirla.
Eran sus Ministros, sus funcionarios y sus “pibes para la liberación” los que jamás le dijeron que no, mitad por miedo y mitad por conveniencia metálica.
Así fue que la vimos desnuda, como en el cuento del Rey y el niño, en sus cuatro discursos sucesivos el jueves último.
En un País acosado por la inflación, la inseguridad, el desempleo, el trabajo informal, la crisis energética y la de las economías regionales, ella se dedicó a hablar de lo que más quiere en el mundo, ella misma.
A su candidato, suponiendo que sea su candidato, se encargó de no nombrarlo.
El mismo día en que el pobre Scioli había anunciado su decisión desesperada de hablar del 82 % para los jubilados ella le dijo que esa era una ley que había vetado.
Le sacudió el 45 % y el 54 % de sus elecciones como para que no le queden dudas de quien es más importante.
La humillación de su candidato, porque ella fue la que no tuvo más remedio que sostenerlo, fue memorable.
¿Votará por él?
Los discursos fueron una sucesión de auto referencias y vulgaridades, no exentas de algún léxico que no suena adecuado para una Presidenta de una República.
Cuando hizo su retorcida defensa del sistema obsoleto de boleta sábana en papel y la ceremonia de poner el sobre en la urna parecía una abuelita elogiando las virtudes del tejido al crochet o las hojas de eucaliptus arriba de la estufa a querosén para purificar el ambiente.
Terminada la fiesta que creyeron interminable, ha llegado la hora de sacarse el maquillaje, los tacos, el vestido largo y las joyas.
Su preocupación por entrar en la Historia será saldada.
Posiblemente no será la versión que ella quisiera, pero no se puede con todo.
Hasta el domingo 22 viviremos una campaña agresiva, donde el oficialismo intentará imponer la teoría del miedo.
Por lo que se ha visto, no escatimarán esfuerzos para buscar lo imposible.
Si hasta la “filósofa cuántica” Karina Rabollini se ha atrevido a decir que Raúl Alfonsín estaría con su marido.
Se equivocó de Pasarella, como se equivocó de avión cuando usó el de la Provincia para viajes comerciales referidos a su empresa de perfumes, esa a la que el Banco Provincia le licuó una deuda millonaria.
Los que elegiremos a Mauricio Macri no perderemos nuestra identidad ciudadana.
Significa que no caeremos ni en el agradecimiento ciego por librarnos del mal, ni en el acatamiento de medidas que puedan herir sentimientos realmente populares y democráticos.
Como en un incendio, lo importante es salir del foco del fuego.
La reconstrucción será responsabilidad de todos
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24 de abril de 2024