Si para algo no se prepara un periodista es para referirse un día al premio que lo destacará entre muchos miles de colegas y por un momento – al menos un ratito – lo haga sentir lo que nunca sintió, ser lo que nunca soñó ser (y seguramente no es) y soltar esas alegrías que tal vez existan «solamente una vez» y suenen como esa canción.
Como pensar en aquellos días de octubre de 1987, cuando le pedíamos a Pilar, nuestra Virgen Patrona que le hiciera un lugarcito a nuestro ruego que se resumía en una sola palabra: tiempo, que tres décadas después, intentaríamos escribir algo parecido a una columna editorial para ofrendarle tamaña generosidad. Porque en ella, que cada 12 de octubre nos regala nuevas señales, sabemos que está el motor que nos guió, nos impulsó y nos trajo hasta este momento.
Solo hemos sido el instrumento. Y hemos tratado de no defraudarla.
Y por eso, hemos puesto ese ochenta por ciento de transpiración que todo emprendimiento exige y aunque sabemos que pocas veces lo complementamos con el veinte de inspiración que la fórmula exige, siempre hay que tener la cuota de suerte del campeón.
Que la hemos tenido y que nadie lo dude.
Hoy en una estatuilla con el nombre de CADUCEO, símbolo de la Paz y la Concordia, se concentran estas tres décadas de un esfuerzo hecho con la alegría de los que logramos comprender que vivir de lo que se ama y por lo que se ama es una bendición.
Y un honor, al final del camino saber que se ha dejado la vida misma por ello. Y eso somos los que, a lo largo del tiempo hicimos este TIEMPO. Todos. Porque nunca pasó por nuestras humildes y desprolijas oficinas, ni usó nuestros rudimentarios equipos, ni defendió nuestras convicciones alguien que no resulte hoy, acreedor de una parte de este premio que recibimos.
El rubro de MAYOR INSERCIÓN EN LA COMUNIDAD nos evita mayores explicaciones. Es el premio de la gente.
Es el premio a la gente.
A la que nos alentó en los momentos de flaqueza (siempre los hay). A los que se identificaron hasta la exageración con nuestro estilo, con nuestro mástil para la bandera de la libertad. Con nuestra persistencia lindante con la terquedad de un buen vasco.
Pero en modo alguno esto margina ni si-quiera eclipsa el valor de los que general-mente nos desafiaron. Nos probaron de cuanta forma imaginaron. Nos dieron por muertos una y mil veces.
Y en muchos casos (la mayoría) vale destacarlo, al final nos tendieron su mano honesta y generosa. Y vaya si aportaron.
Seguramente, toda esta columna no pasa de ser una suma de referencias a lugares comunes para estas circunstancias. Como las palabras que un director debe improvisar en menos de un minuto para expresar que siente, como lo agradece y de quienes se acuerda al recibir el premio.
Todo es una misión imposible.
Pero si una explicación cabe es que para todo lo demás suele uno prepararse al me-nos un poco. ¿Pero como ir pensando en esto en aquella noche del 11 de octubre de 1987 cuando el Dr. Darío Cuence trabajó mas que en muchos años de su prestigioso y referente diario El Argentino? ¿O en algunas de las tantas veces que el papel era inalcanzable o directamente no se conseguía? ¿O durante tanto tiempo en que el pre-supuesto para el mes, solo cubría 15 días y la luz del futuro no se veía?
Nadie se prepara para este momento. Pero alguien decidió que nos tocaba y con la inmensa alegría que no se mide en valores, ni en centímetros de publicidad ni en pretendidas disquisiciones literarias, sino en una sensación de haber hecho algo «mas o menos bien» y de legarles a nuestros se-res queridos que nos siguen, no solamente las macanas que todo ser humano comete en serie (y en eso también hemos hecho méritos para algunos premios) nos entregamos sin represiones a la circunstancia.
¡Bienvenido CADUCEO! Por cierto que no estamos convencidos de haber hecho lo necesario para merecerte. Pero que nadie dude, que en el camino que nos queda haremos todo para honrarte.
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18 de abril de 2024