No es fácil determinar qué es lo mejor o lo peor de todo.
Pero aún a riesgo de errar puede decirse que el peor error del ser humano es creerse perfecto.
Es que a partir de esa premisa falsa e imposible, todo pasa a poder existir, a tener lugar y a ser posible.
La Presidenta de la República padece de esta enfermedad.
Dice y hace lo que vemos todos los días, partiendo de la suposición de que sus dichos, sus conductas, sus extensiones, sus ropas y sus gestos están todos bien precisamente porque ocurren al amparo de su supuesta perfección.
Para más, ayuda a su confusión el coro de aplaudidores miopes que la rodean y le festejan sus palabras de dudoso gusto y escasa verdad.
La Señora tiene una visión holliwoodesca del Poder y se imagina una estrella del jet set rodeada de luces, colores y cámaras.
Así es que se le ocurre montar un set de televisión para atender a un periodista norteamericano de alto nivel profesional que viene a hacerle una nota para un medio importante de New York.
Ella habla sintiéndose una estrella de cine pero el interlocutor traduce sus frivolidades en una nota que la pinta tal cual es y no tal cual ella cree que es.
Para colmo, embalada por el entusiasmo de su corte de adulones, (uno le gritó “estás bárbara”), se mete sola en la boca del león.
La Constitución establece como único requisito para acceder a un cargo público la idoneidad.
Ese requerimiento no incluye la obligación de que el funcionario conozca más de un idioma.
Más allá que sería casi imprescindible que un Presidente domine el inglés por razones obvias, puede ocurrir que la lengua de Shakespeare le sea ajena.
Lo que marca la torpeza es el hecho de que, si se carece de ese conocimiento, alguien se meta de puro ignorante.
Es entonces que para refutar una opinión del periodista, la Presidenta espeta el “bad information” que, para peor, repite como un loro.
En realidad debió decir “wrong information”.
No es la primera vez que le pasa, posiblemente porque tiene un sentimiento de inferioridad por no haber nacido en una mansión londinense.
Como padece de la enfermedad de sentirse perfecta, cree que puede decir cualquier cosa.
Y lo cree tanto que siempre dice cualquier cosa.
No importa tanto que lo diga en su versión de entrecasa del inglés.
Lo malo es que diga cualquier cosa cuando anuncia que la pobreza es de menos del 5 % en tanto el Observatorio de la deuda social de la Universidad Católica Argentina, (UCA) lo mide en un 28 %.
Igual dice de las bondades que exhiben una economía en crecimiento mientras Uruguay y Paraguay exportan más carne que nosotros, producimos igual cantidad de litros de leche que hace 16 años y la siembra de trigo es la menor en toda la historia.
Por otra parte, señala el día de la llegada al Gobierno de su marido muerto como la fecha fundacional de la Patria, duda de la Declaración de la Independencia en Tucumán en 1816 y califica de pre democrática a la República recuperada en 1983.
Mientras repite sus actuaciones en cadena, sus esbirros le buscan la vuelta para quitar del camino a un Juez Federal, Claudio Bonadío, que iba a fondo contra el clan santacruceño.
La reacción ante la presencia del Juez es una confirmación de culpas frente a un control que por ahí hasta hubiera servido para encontrar su misterioso título de abogada exitosa.
Scioli la acompaña porque no tiene más remedio.
Ella lo muestra porque tampoco tiene más remedio.
El remedio lo tenemos nosotros cuando pongamos nuestra voluntad en la ranura de la urna …