La experiencia enseña que las últimas 48 horas previas al cierre de listas de los candidatos a cargos electivos están llenas de miserias y sorpresas.
Es que la aparición o la falta de un apellido y de igual forma el lugar que le toca en la boleta define situaciones de impensable repercusión social, personal y familiar.
Si así era cuando existían los Partidos Políticos que no ha de ocurrir ahora cuando todo es una mezcla de sales y azúcares, duros y blandos, sólidos y líquidos.
No es nueva la situación ni se pretende plantear el comentario como si nunca hubiera ocurrido algo por el estilo.
Más de uno se fue a acostar tranquilo sintiéndose diputado y cuando se levantó a la mañana se enteró que sería concejal suplente.
De todos modos, estos planteos son movimientos al que sólo acceden las pequeñas minorías que definen en una pieza el destino de los demás.
La gente queda absolutamente afuera y se entera al otro día del menú que encontrarán en el cuarto oscuro el día de las elecciones.
A partir de la confección de las ofertas electorales toma dimensión nuestra condición ciudadana, porque seremos nosotros, esta vez sí, los que definamos en la urna el lugar que ocupará cada uno.
De los tantos casos que han ocurrido en esto de manosear nombres y ningunear trayectorias y aspiraciones, la más notable ha sido, por lejos, la que le tocó vivir al Ministro del Interior y Transporte, Florencio Randazzo.
Al más puro estilo cristinista fue ella misma la que lo impulsó a la carrera presidencial para abortar la intención de Scioli de adueñarse del sillón de Rivadavia.
El hombre se la creyó y salió sobre los rieles locomotora en ristre a servir lo que soñaba hasta el otro día era la fidelidad al servicio de la Patria kirchnerista.
Habló duro contra el Gobernador de amianto.
Se burló ante la risa de los intelectuales de “carta abierta” de la condición manca del Gobernador en una actitud vergonzante para uno y otros, lo destrató acusádnoslo de ser hombre de Clarín y las otras corporaciones.
Su jefe de campaña fue el Secretario Legal y Técnico de la Presidencia, Carlos Zannini.
Jamás pensó que la Señora habría de tirarlo a las brasas.
Encandilado por las luces de los trenes no percibió que los principios que guían la conducta de la Presidenta son mutables según las encuestas.
Ella prefirió perder con Scioli ganador que ganar con Randazzo perdedor.
Esta es, posiblemente, la peor consecuencia cultural y social que ha infectado a nuestro País durante esta docena de años.
La falta de escrúpulos, la incoherencia como virtud y la inexistencia de valores se han adueñado de los escritorios oficiales.
Por ello es que los que tenemos que votar debemos saber distinguir el maquillaje de la cara real de lo que hay enfrente.
La gravedad implícita en lo que puede venir impone la obligación de asegurar un cambio que haga posible recuperar el clima de convivencia perdido, para que entonces sí podamos discutir en serio fines y proyectos de País.
Hay que cuidarse para que no nos tomen de “randazzoludos” con cantos de sirena que pretenden esconder la realidad de todos los días.
Scioli y el comisario político que le puso la Presidenta son muna garantía de agravamiento de la situación social, política y económica.
De ahí que peronistas en serio, radicales, socialistas, gente sin filiación que quiera vivir en Paz deberá ajustarse los cinturones y volar en la nave que abra una puerta distinta por la que entrar a un futuro que no será fácil, pero que será más difícil si no se lo encara ya, aquí y ahora.
La ausencia de República determina que las exquisiteces ideológicas son hoy un lujo que no podemos darnos …
En tanto el Poder juega con Máximo candidato, deberemos nosotros jugar con máximo cuidado para que no nos saquen de la cancha.
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