Esta columna semanal trata siempre de usar el lenguaje de acuerdo a las normas gramaticales, semánticas y del buen gusto.
Se trata, seguramente, de mantenerse atado a la enseñanza de las viejas maestras de la Escuela Normal, rigurosas y exigentes para indicarnos un camino de buen decir y escribir y sujeción a las normas de la lengua de Cervantes.
El título de esta nota no es, por ello, de autoría de este comentarista.
Es la cita textual de una frase auto referencial de la Presidenta de la República en su alocución en oportunidad del cierre de la Conferencia de la Unión Industrial Argentina, (UIA) esta semana en el Sheraton Pilar.
No es la primera vez, ni será la última, que la Presidenta imagina darle un toque revolucionario a su discurso agregando alguna expresión de dudoso gusto y escasa oportunidad en función de su cargo y lo que de ella sería dable escuchar.
No es para horrorizarse por lo que dice.
Sí es para hacerlo por lo que hace.
La amplitud del lenguaje, que se extiende en la medida en que se baja de nivel, es infinita.
Como dijo “mina” podríamos agregar “naifa”, “jermu”,”percanta”, “gato”, “nami”, “bataclana” y otras más.
Sucede que no es improbable que todos sepamos acepciones diversas para referirnos a lo mismo.
Pero hay una exigencia natural de espacio y oportunidad que nos obliga a ser exactos y educados.
La Presidenta imagina que por este camino del mal gusto y el peor estilo muestra un sentido que supone parte del progresismo que también imagina.
Estas exhibiciones nada suman para alterar lo que en verdad dijo y siempre dice.
Apenas agregan un eslabón más a la cadena descendente que ha llevado a la República este estado de descomposición social, económica y moral.
El contenido del discurso, como el de todos, es una página más del relato que se empeña en contar un cuento de un País imaginario en tanto la realidad pasa por la otra calle con su secuela de crisis que golpea a tanta gente.
Los ejemplos de la crisis están en cada casa, en cada escuela, en cada hospital, en cada empresa y, últimamente y por suerte, en cada Tribunal de Justicia.
La pretensión de un uso educado del lenguaje suena a una exigencia vacía de contenido.
Posiblemente lo sea, porque la realidad pide mucho más.
Pero no está demás requerirlo si no de una “abogada exitosa” de una “hotelera exitosa”.
Sería una forma de aporte mínimo pero aporte al fin, para algún chico que pueda estar escuchando.
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