El kirchnerismo ha dispuesto cobrar caro su final.
Como esos enfermos terminales que a poco de su hora muestran una última expresión de vitalidad, está hoy ensañado en una hiperactividad que se asemeja a un avión que, a la hora del aterrizaje, acelera en lugar de bajar su velocidad, levantar los flaps y posarse suave sobre la pista.
Sus legisladores ejecutan así su servicio de obediencia debida para aprobar leyes que necesariamente deberán ser revisadas cuando recuperemos la normalidad.
Sirva de ejemplo que en apenas un ratito sancionaron la reforma del Código Civil y Comercial, (más de 2.000 artículos), para cumplir con la vocación bonapartista de la Jefa.
Decidido a hacer cuanto pueda para pocear el camino hacia adelante, el Gobierno no ha tenido mejor idea que usar el miedo como arma de su actividad política.
Primero fue un ignoto ñoqui del Senado que salió a denunciar que el triunfo electoral de Macri o Massa significaría la desaparición de los medicamentos importados que consumen los afectados de HIV.
El periodismo se encargó de darle el espacio que posiblemente no merece y así fue que asistimos a una larga cháchara que mostró a este tipo en cruces con afectados y cronistas escuchando sus pronósticos de muerte segura.
Es cierto que la opinión de un ñoqui no debería tener tanta trascendencia, pero ocurrió que detrás de él salió el Gobernador de Tucumán sumándose a la campaña del terror, diciendo que un cambio de gobierno podría traer consigo la pérdida de jubilaciones, subsidios, asignación universal por hijo, remedios en los hospitales y calamidades varias.
No hay diferencias entre la mediocridad del ñoqui y el Gobernador, pero sí las hay respecto de su investidura.
Este Alperovich comenzó radical, siguió menemista, luego duhaldista, más tarde kircnerista y hoy enfurecido cristinista.
Es de esos que no sienten culpa porque dicen que el problema es que le cambian los gobiernos…
Antes de llamarse a silencio por una nueva indisposición faríngea, la Presidenta lanzó su duda de lo que sería la Argentina si ella no hubiera ganado las elecciones.
Suena ha llamado a la psiquiatría, pero desde el llano nos invita a suponer a los ciudadanos de a pié que para ella San Martín debe ser apenas un soldado raso.
En el medio de la confusión general, los líderes de la oposición se apresuraron a salir a aclarar que no han de hacer lo que el Gobierno dice que harían.
Caen así en la trampa que les tienden, porque ellos deberían escapar de esos enroques y decir lo que efectivamente harán para reparar tanto daño y no gastar su tiempo y su espacio en aclarar que no harán lo que el Gobierno dice que han de hacer.
Indirectamente, ayudan seguramente de manera involuntaria a alimentar la campaña del terror en que quieren meternos.
Por suerte, ya estamos grandes para que nos corran con el viejo de la bolsa.
Lo único que la gente quiere es que cada candidato aclare sus propuestas, defina sus alianzas y sus equipos, explicite sus programas.
Nosotros, la gente, ya sabemos que los Reyes son los padres y con un poco más de claridad y coraje sabremos también a quién elegir cuando llegue la hora de las urnas.
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