Desde la escuela fuimos enseñados que la Democracia, del griego “demos” pueblo y “kratos” autoridad, es el gobierno del por y para el pueblo.
La definición es en teoría correcta y alcanzaría en un Mundo despojado de los vicios que son propios de la especie humana.
El razonamiento viene a cuento en virtud de la repetición en el Senado de la Nación del ejercicio de la Presidencia de esa Cámara por parte del Vicepresidente de la República, Amado Boudou.
La presencia de este personaje, propietario de todas las carencias de valores morales mínimos, exige que se analice no la legalidad de su cargo sino la legitimidad de su ejercicio.
No hay dudas que el 54 % de los votos que lo sentaron allí son matemáticamente incontrastables.
Pero esta concepción numérica de la Democracia es insuficiente y es hora de que, en salvaguarda de los valores éticos y morales despilfarrados se procure recuperar el sentido profundo de las Instituciones y la recta conducta de quienes ocupen los cargos.
Así las cosas, cabe preguntarse si hay un porcentaje de votos que sirva para sostener a un jovencito desprejuiciado repetidamente procesado por la Justicia en casos de corrupción y delitos menores pero coincidentes en mostrar una fragilidad moral asquerosa.
Ya está probado que la Presidenta no habrá de echarlo y que la obediencia debida de la tropa propia bajará la mirada pero levantará sus manos para sostenerlo.
Sin dudas las razones del apoyo son obvias.
“Si me llevan a mí traigan varios micros, porque yo me llevo a todos con migo”, los habrá amenazado con una sonrisa rockanrolera.
Este es un problema del Peronismo, de todo el Peronismo, porque no sólo la Señora lo sostiene.
Scioli se hace el distraído y asegura ser parte del Gobierno kirchnerista.
Massa lo trajo del Partido de la Costa al ANSES, lo puso de tesorero del Club Tigre y ambos nacieron en la política de la mano de Alsogaray.
La reacción, entonces, debería venir de afuera.
Por ello no se entiende qué hacen los Senadores de la oposición sentados en sus bancas frente a este individuo.
Ya se sabe que el número del oficialismo alcanza para aprobar lo que el Gobierno quiera.
Razón de más para que los opositores adopten una posición más contundente y sesionen en el pasillo para decirle a la sociedad que representan que no se someterán a una reunión presidida por un sospechado de corrupción al menos hasta tanto la Justicia no dicte su veredicto.
Nunca ocurrió algo así en la Argentina.
Por ello es necesario que los políticos que no son parte de este Gobierno demuestren que están jugados a la recuperación de los valores éticos y morales que constituyen la esencia misma de la Democracia.
Los números, que solo sirven para la distribución del poder, serán lo que sean en las elecciones que vienen.
La honradez, la austeridad y la decencia son muy otra cosa, y en su nombre y su defensa hay que mostrar más firmeza.
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18 de abril de 2024