Esta columna anunció en los finales del ciclo lectivo anterior que las clases no comenzarían en la fecha anunciada
No hay ánimo de festejo por el acierto ni mucho menos pretensión visionaria.
Es que estamos en medio de un escenario donde la superficialidad y la lucha entre bandas que disputan su futuro distrae la atención de lo que debería ser el objetivo mayor de que debiera ocuparse un Gobierno responsable, esto es, la construcción del futuro de todos y, fundamentalmente del de los chicos y los jóvenes.
La pretensión progresista de este Gobierno se derrumba cuando vemos que todo se reduce a repetir anuncios de fantasía, a reinaugurar inauguraciones de obras que no se hacen y a imprimir un sentido épico a asuntos menores que apenas sirven a la disputa facciosa entre sectores internos del peronismo, que otra vez muestra su perversa capacidad de contener dentro de sí mismo a sectores que nada tienen que ver entre ellos y viven pensando como aplastar al otro.
Para peor, todo dicho en un tonno crispado que, como fue visto, no conmueve ni para dar el pésame tardío.
La Provincia de Buenos Aires es, en medio de este clima. La presa mayor, porque aquí se juega la gran competencia en virtud de la cantidad de votos que es, en definitiva, lo único que importa.
Así las cosas, el Gobernador es una víctima del sistema y vive la angustia de no saber qué hacer ante una situación insostenible que depende de la voluntad de la reina, que le pisa la manguera y lo somete a la tortura de saber si le mandarán o no los recursos que le permitan sobrevivir.
Es claro que para ello está en juego el sometimiento a las órdenes del Palacio.
Entre uno que no se decide a dar batalla y otra que se prende en cualquier batalla aunque sepa que el fin es inexorable porque la eternidad es incompatible con la condición humana, estamos todos como la feta del sándwich sufriendo las consecuencias de miserias ajenas.
Que 4,5 millones de chicos no tengan clase es un drama.
Más que nada un drama social porque se produce una desarticulación en el funcionamiento de la sociedad cuyas familias a tienen un programa funcional armado de acuerdo a la concurrencia de sus chicos a la escuela.
Lamentablemente, es este el único aporte que la escuela brinda.
Porque lo que debería ser la función principal del sistema, que es Educar, está fuera del interés del Gobierno.
Los que viven anunciando la revolución y todo ocurre “por primera vez en la Historia “son los responsables del mayor deterioro de la calidad educativa a que ha asistido este País.
El Ministro de Educación no existe.
Solo aparece por estos días hablando de una paritaria nacional docente cuando no tiene un solo maestro a su cargo, porque desde los tiempos de Menem los servicios educativos se transfiirieron a las Provincias sin los recursos económicos con el acompañamiento, entre otros, de los que hoy gobiernan la Nación y hablan de la “década del neoliberalismo” como si no hubieran formado parte activa de ella.
En todo caso, debemos decir que esta es la década del neoliberalismo progresista, con el perdón de los eruditos.
Lo cierto es que nadie se atreve a anunciar un cambio profundo, que comience por poner orden administrativo reemplazando el Estatuto del Docente, para que se respeten los derechos del maestro pero se eviten los abusos.
Un control local, que a través de los Concejos Escolares publique mes por mes la cantidad de licencias y ausencias de todo tipo serviría para poner coto a un estado de cosas que no puede seguir siendo aceptado por acostumbramiento.
Ya ha sido dicho desde aquí y no puede dejar de reiterarse que es absurdo que la buena y la mala maestra cobre el mismo sueldo.
Igualmente debe premiarse a la que está al frente de un aula y averiguar las razones que asisten a las muchísimas que por alguna papeleta cumplen el horario sin pararse frente a los alumnos.
El cambio radical que se propone no puede hacerse de hoy para mañana
Pero este Gobierno lleva más de 10 años y solo ha servido para alimentar vicios con el solo objeto de mantenerse en el Poder.
Es un interés demasiado mezquino.
No alcanza con que las escuelas abran las puertas.
Alguien, que está visto no han de ser los que hoy mandan debe pensar que es lo que se enseña, para al menos entrar aunque tarde, a la sociedad del conocimiento.
La Argentina será mañana lo que hoy son sus aulas.