En esta feria abrumadora en que se ha transformado el Gobierno la capacidad de sorpresa no parece alcanzar límites.
Como en “LaSalada” los puestos de venta de rubros incontables se amontonan sin orden ni prioridades ofreciendo mucho más de lo que el eventual visitante fue a buscar.
En el stand de “incapacidad de gestión” se apilan la imprevisión en la construcción de obras para la generación de energía, la pérdida de mercados de carne por caprichos en la política de exportación, el incentivo a la industria automotriz y la no construcción de infraestructura vial, el reparto de subsidios a empresas prestadoras de servicios públicos sin el debido control de la contraprestación.
En el quiosco de los avasallamientos del orden institucional se amontonan la proliferación de decretos de necesidad y urgencia, (DNU), el sometimiento del Congreso a una mera escribanía y el intento, valientemente abortado, de sometimiento del Poder Judicial.
La hilera de locales de casos de corrupción muestra los expedientes de Skansca, Ciccone, los de Jaime, Schiaretti, Báez, Debido, Boudou.
Para compradores más exigentes están los procesos de enriquecimiento de la mismísima Presidenta, sus hoteles, sus terrenos comprados por monedas en su “lugar en el Mundo”.
La calle ancha de las mentiras exhibe los 20.000 millones de dólares chinos, el tren bala, la carne para todos, la ropa ídem, los créditos hipotecarios con una cuota igual al alquiler.
Hay de todo y mucho más que todo.
En medio de este proceso en plano inclinado el Ministro del Interior y Transporte, Florencio Randazzo, nos sorprendió declarando que “no se hagan ilusiones, no nos vamos a ir antes”.
En verdad, hizo como esa novia en medio de los escarceos de la primera vez, que con su boca dice que no pero con sus ojos y su cosquilleo en el estómago dice que sí.
Hay que advertirle al Gobierno que se queden tranquilos, que nadie ha de pedirles que se vayan antes.
Por el contrario, todos debemos hacer que se queden hasta el último minuto del último día.
La Argentina ya ha sufrido demasiado por las interrupciones fuera de norma.
Quedarse, además de ser un deber irrenunciable, es la manera de hacerse responsable de todo y de todos.
Hasta puede ocurrir, aunque suene poco probable, que ante la profundización de la crisis comprendan que es hora de buscar diálogos inteligentes que admitan otras miradas.
Y si así no fuera, es preferible sufrir lo que viene en el marco de un gobierno descartable por el camino de las urnas que cualquier otra aventura que inevitablemente terminan peor.
No se hagan ilusiones, entonces, que todos queremos que se queden.
En todo caso los que quieran irse deberán acostumbrarse a cargar con el complejo de culpa hasta que llegue la hora de la Justicia.
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22 de abril de 2024