Hemos ingresado al tercer mes del año, lo que nos coloca a tan solo cinco meses de las elecciones primarias y simultáneas que determinarán las listas oficiales de candidatos para las de octubre.
El intento de despertar algún interés sobre la cuestión es una tarea de muy difícil concreción que esta columna no abandona casi más por una vocación crónica que por la medida de su eficacia.
Los políticos se han propuesto debilitar la esencia de su propia razón de ser, la Política, y resulta entonces casi natural que la mirada de la ciudadanía busque otras formas de transcurrir su tiempo.
Esta opinión no adjudica responsabilidad a los hombres y mujeres de a pie que luchan día tras día en busca de su felicidad y su supervivencia.
Los males vienen de arriba de manera directamente proporcional a la responsabilidad de los cargos que se detentan.
Tal es el nivel de degradación que la tarea de procurar un análisis serio del sistema plantea soluciones de arduo tránsito.
Se me ocurre imaginar, a modo de ejemplo humildemente comprensible, que estamos como un relator de fútbol que se encuentra ante el dilema de que todos los equipos que participan de los partidos que debe transmitir usan camisetas, pantalones y medias del mismo color.
La tarea del pobre relator, por vía del absurdo, se torna impracticable.
Es que hoy, cerca como estamos del pitazo de finalización del partido, resulta imposible distinguir adversarios reales y poder entonces preferir a unos sobre otros.
Va de suyo que todos los participantes visten casacas globalmente teñidas con el color del Peronismo.
Los otros, si los hay, se han dormido en el vestuario o están calculando integrarse como furgón de cola al plantel más numeroso.
Hay excepciones, por supuesto, que pueden ser una tabla salvadora a la hora del naufragio.
La forma poco seria de la presentación del problema aspira a ser ella misma una demostración de su gravedad.
Porque esta decadente presentación futbolística es un contagio del clima de mediocridad al que nos han sometido.
En verdad, lo que no hay son ideas, programas y equipos de gente profesional y políticamente apta como para despertar interés y generar una propuesta alternativa seria y responsable.
Apenas contamos con una serie de diagnosticadores que aburren diciendo lo mal que estamos, (cosa que ya sabemos y sufrimos), pero nadie se atreve a formular un planteo que busque no la denuncia sino la reparación.
El populismo dice solo lo que la agente quiere escuchar.
La Política debe decir lo que debe hacerse, aún a cuesta del sacrificio y la participación de todos.
Si no ocurre, seguiremos siendo partícipes, por acción u omisión, de una caída que posiblemente no nos afecte demasiado a los que ya contamos con unos años, pero que será la triste herencia que recibirán nuestros hijos y nietos.
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