Por Héctor Ricardo Olivera
Una nueva droga parece haberse sumado a la lista de los estupefacientes que destruyen a tantos miembros de nuestra sociedad de modo creciente no obstante la dura batalla que contra ellos da el Gobierno.
La nueva pastilla ataca exclusivamente al campo de la política.
Se llama “unidad” y es la canción más escuchada en la voz de candidatos y dirigentes opositores de todo pelaje.
A veces, en ejercicio de la práctica propia de quienes actúan en política, el nombre adquiere formas más elaboradas seguramente con la intención de imaginar un mayor impacto social.
Así la “unidad” es nombrada como “frente nacional y popular”, “gobierno multisectorial y pluripartidario, “consenso 19” y otros apodos por el estilo.
Lo único que surge como reacción inmediata ante el discurso es advertir que todos buscan la unidad pero la unidad rodeando a cada uno de los expositores de la propuesta.
Deja entonces la unidad de ser consistente porque resulta obviamente que la tal munidad pueda ser más que una.
A esta altura del campeonato vale recordar una de las frases célebres de Eduardo Duhalde: “no hay nada más mentiroso que un político en campaña”.
Él es el mismo que dijo que el que depositaba dólares recibiría dólares.
Es el que inventó a Kirchner y el que se refiere a Raúl Alfonsín con un ceremonioso “don Raúl” como si hubieran jugado a la bolita cuando eran chicos.
Ahora lo inventó a Lavagna, hoy consumidor y promotor de la unidad absoluta.
Tanto que no está dispuesto a competir en una elección interna porque no quiere prestarse a maniobras de urnas y boletas que puedan sacarlo de carrera.
De hecho Sergio Massa ya lo sacó porque anunció oficialmente su candidatura presidencial por lo que el ex candidato del Radicalismo y el ex Ministro de Kirchner deberá, en todo caso, correr por otro andarivel.
La larga lista de presidenciables enrolados en las distintas variables peronistas consumen y difunden cada uno su llamado a la unidad pero siempre alrededor propio.
Solá, Rossi, Scioli, Moreno y alguno más que se me escapa más los que pueden sumarse, dicen lo mismo.
La apología de barias unidades simultáneas es intrínsecamente inviable.
A la hora de juzgar la eventual coincidencia entre dichos y palabras la realidad nos saca del éxtasis alucinógeno.
Es que no puede tomarse en serio el himno a la unidad cuando en el Congreso Nacional dos temas centrales no pueden transformarse en Ley precisamente porque el peronismo no acompaña.
Son estos la ley de “barras bravas” y fundamentalmente la Ley de extinción de dominio.
¿De qué unidad hablan?
Todos sabemos que los muchachos del tablón son a la misma vez los grupos violentos del sindicalismo y las agrupaciones políticas.
Igual sabemos que la “extinción de dominio” significaría recuperar bienes y fortunas robadas por tropa propia.
Debemos estar atentos porque la confusión, el palabrerío y las maniobras periodísticas pueden llevarnos por el mal camino.
La unidad hueca de contenidos y solo basada en el deseo desesperado de cambiar al Gobierno con la ilusión de que también cambie la Justicia y se caigan los expedientes que a varios los tienen en la mira no alcanza.
La Argentina necesita variantes democráticas serias, responsables y naturales en una sociedad que elija razonando y recordando para definir si puede ser bueno volver a vivir lo que vivimos durante una docena de años.