Por Héctor Ricardo Olivera
Ya se ha dicho desde esta columna, sin maquillaje ni diminutivos, que la Argentina vive hoy una crisis económica que golpea fuerte a todos y antes que nada a los sectores más vulnerables de la sociedad.
La escalada del dólar muestra su influencia en los niveles de inflación en tanto las tasas de interés impiden el normal desenvolvimiento de la actividad productiva, sobre todo en las pequeñas y medianas empresas, (PYMES) que son las generadoras de la mayor cantidad de mano de obra.
Ante esta realidad inobjetable sería de desear que la dirigencia política, económica y social exprese sus opiniones con la responsabilidad de la hora.
No se trata, naturalmente, de impedir el ejercicio irrenunciable de la libertad de opinión sino sólo de pretender que el ejercicio de esa libertad opere con la responsabilidad mínima que ayude a la recuperación del País.
Nadie puede ser tan ingenuo como para soñar que sectores menores del cuerpo social encuentren aquí el campo fértil para fijar posiciones extremas que montadas sobre la especulación mezquina de “cuando peor mejor” los llevan a viejas consignas en desuso.
Tampoco ha de ignorarse que otros grupos aspiran también a la explosión con la esperanza de esquivar por esa vía la certeza de que han de terminar presos.
Antes de ahora hay un catálogo de voces de vacía intelectualidad que ya no ponen nervioso a nadie.
La Bonafini, Luis D´Elía, la Carlotto, Zafaroni o la oligarquía sindical eternizada en sus tronos son, en suma, una música que nadie baila y ya no sirven ni para enojar a nadie.
Lo que sí preocupa es la aparición de nuevos actores que cargados de resentimiento y carentes de condiciones hablan más de lo que deben y dicen menos de lo que sanamente haría falta.
El Parlamento Nacional registra en su historia la presencia de notables figuras políticas que demandan de los actuales al menos un intento de similitud intelectual.
Saber que han sido legisladores figuras de la talla de Lisandro de la Torre, Leandro Alem, Alfredo Palacios, Arturo Frondizi, Ricardo Balbín, Antonio Cafiero, Raúl Alfonsín, Alfredo Bravo y tantos otros les demandan a los que hoy se sientan en las mismas bancas una cota mínima de seriedad e idoneidad.
Las ideas, como la vida misma, no son eternas razón por la que no se puede pedir que se piense y se digan las mismas cosas.
Pero un mínimo de decoro exige que se las diga con la misma calidad y el mismo nivel intelectual.
Los papelones de la Diputada chaqueña diciéndole “gato” al Presidente y Jerry al Jefe de Gabinete, la chiquilinada de su colega Mayra Mendoza haciendo dibujitos con sus redes sociales y la desfachatez de Kisiloff desacreditando el proyecto de Presupuesto como si hubiera llegado recién en un plato volador son un asco.
¿El ex Ministro de Economía será un marciano contagiado por el “marciano Moreau que tiene sentado a su lado?
Lo mismo cabe para el Ministro De Justicia de la Nación, Germán Garavano, que dice lo que dijo agregando que el no es político a manera de disculpas.
Da vergüenza ajena tener que aclararle a un tipo que fue Fiscal y Juez que todo lo que hace y dice un Ministro es político, para bien o para mal.
Y en el mismo torbellino se inscribe la infaltable de todos los alborotos, la Diputada Carrió, que plantea razones valederas que carecen del sentido de la oportunidad y el modo.
Lo mismo va para el Poder Judicial que lo más campante muestra su ineficacia al liberar a Menem de sus delitos por su propia demora de más de 20 años en tramitar un expediente.
Solo como un ejemplo más de la peligrosa locuacidad se puede citar al cura Fernández, jefe de la diócesis de La Plata que arengó en una misa a sindicalistas de Camioneros, ATE y SUTEBA diciendo que “no nos conforma esta falsa paz”.
Es la Iglesia populista bergoliana que derrocha perdones imaginando que así lava sus culpas.
Afortunadamente estos testimonios no son expresiones mayoritarias pero para curarnos en salud es mejor anoticiarnos de ellos.
Por supuesto que hay que hablar, porque el diálogo es la herramienta propia de la buena gente.
Pero también lo es el silencio, si lo que ha de decirse no es mejor que éste.