Calificar de momento de tensión la realidad que vive la argentina en estos días seguramente no alcanza para dar una acabada muestra de las sensaciones que invaden a la inmensa mayoría de los argentinos. Un clima de angustia, agresividad, desconcierto, frustración y negatividad son los síntomas mas evidentes de un caos en la economía, con las ya acostumbradas corridas del dólar y la disparada de la inflación tan recurrentes en nuestro país en los últimos setenta años y que naturalmente llevan a límites insoportables las medidas de fuerza de los gremios, las movilizaciones de organizaciones sociales, las intransitabilidad en la mayoría de los días de las grandes ciudades y los enfrentamientos de trabajadores contra otros trabajadores.
Arden las ciudades, podría decirse remitiéndonos a la canción que hiciera popular el vicepresidente cantor, ahora en la cárcel.
Podría decirse que para bien, la argentina tiene tanta experiencia en este tipo de tormentas que se supone que esa experiencia debe resultar vital para encontrarle remedio y superarla. Pero no se puede estar seguro de ello.
La experiencia en cambio sirve para darnos cuenta «solitos» y sin necesidad de mayores pruebas de algunos incentivos que ayudan a mantener vivo el fuego del malestar social.
Veamos: el gobierno nacional aporta una cuota muy importante a este incendio. Muestra con absoluta claridad que es el último en enterarse de las consecuencias que desatan sus propias medidas. Cuando llegan por estos lares algunos empinados funcionarios tanto del gobierno nacional como del provincial se muestran sorprendidos ante los relatos de sus propios dirigentes locales de los males que padece la sociedad. Abren grandes los ojos y dejan escapar un «¿pero cómo puede ser si en otros lugares nos dicen otras cosas?» con lo que solo consiguen que la desazón sea aún mayor. Todos suponíamos que estaban bien enterados de lo que pasa y estaban trabajando en corregirlo. No pareciera ser tan así. En segundo lugar, la reacción siempre procura ser lo mas «optimista» posible, como si un mensaje presidencial en cadena nacional de un minuto y medio pudiera cambiarle el pronóstico y la realidad a la ciudadanía. En tercer término se anuncian cambios que resultan ser un claro ejemplo del viejo refrán: «Sigue el mismo perro, con distinto collar». Aunque se dice que lo que se cambia es el animal. Y por último, para no aburrir todo lo que se comunica se hace de forma tal que nadie lo entienda.
Bingo gritaría cualquiera.
No ha existido en el gobierno un solo mensaje que nos diga a los argentinos como va a utilizar el esfuerzo que se nos pide, y que de hecho nos obliga a hacer, para encarrilar la economía y avanzar hacia una salida que cada día es mas difícil advertir.
En el medio, un acuerdo con el FMI que es utilizado en la dialéctica como la madre de todos los males, aunque en realidad este es el acuerdo número 27 de los que ya hemos contraído con ese organismo en nuestra historia y bajo todos los signos políticos gobernando aquí.
Pero no es el gobierno el único atizador de las llamas. En la oposición, brillan con su presencia los que se frotan las manos viendo la caída en desgracia de lo que ellos llaman el gobierno, confundiendo (o aparentando que confunden) a toda la sociedad con el partido gobernante. Son los abanderados de «cuanto peor, mejor». Son los que cortan las calles, insultan a las fuerzas de seguridad, rompen todo lo que se le cruza en nombre de derechos que les otorga el estado en un contexto que es el que ellos mismos desconocen. Piden por el estado de derecho que ellos destrozan.
Son los que dicen reclamar en procura de fuentes de trabajo bajo consignas tales como «solo el trabajo nos saca de estas crisis» y acto seguido anuncian paros de 24, 48, 72 horas o tiempo indeterminado.
Son los que con la misma gorrita, el mismo chaleco y la misma actitud, hace años que manifiestan casi rutinariamente, sin conseguir un trabajo, mientras que extranjeros que llegan a la argentina, por ejemplo 120.000 venezolanos a dos semanas de arribar a la argentina suelen tener dos trabajos.
Son los que promueven saqueos en las grandes ciudades en nombre del hambre que tienen, mientras los que realmente padecen hambre, que no son pocos en la argentina se las rebuscan pidiendo, yendo a los comedores, pero no robando.
Son los que en 2014, cuando el dólar tuvo las misma escalada, el desempleo tenía los mismos guarismos y la inflación era muy similar a esta (aunque no se la informara) no saquearon nada ni rompieron nada y se lo pasaron sin acordar reclamos.
En esto si que la experiencia de tantas crisis nos permite decirles que ya los conocemos. Que sabemos quienes son y como actúan. No son muy originales por cierto. Y que por lo tanto también sabemos quienes están detrás de ellos.
Como te digo una cosa te digo la otra, dice también otra canción.
Lo cierto es que desde ambos flancos del incendio el combustible que se arroja no es poco. Y en el fue-go, con muchos miles de argentinos ya mas que chamuscados, está la gente. Estamos todos.
Podrán seguir gritando a viva voz «sus creídas» verdades unos y otros cruzándose las culpas. Y estarán los que de antemano les creen a unos y otros. Los funcionarios que se sorprenden al escuchar que la situación está mal.
Los «Brancatelli» que dicen sin ponerse colorados que si alguien vota a Macri es una mala persona.
Y los que esperamos que llegue el momento de que esta argentina tenga gobierno y oposición algo mas sensata y capaz. Porque entre incapaces y corruptos ya nos han llevado al límite de la supervivencia.
(Editorial publicada en la edición de TIEMPO de Ranchos del 08 de septiembre de 2018)