Por Héctor Ricardo Olivera
El gusto por escribir una columna de opinión política semanal impone, antes que nada, elegir el tema a tratar.
Posiblemente en sociedades menos impulsivas y ansiosas que la nuestra, la dificultad estribe en encontrar un motivo que justifique el tratamiento.
Acá, por el contrario, vivimos una pulsión enfermiza que satura el menú y transforma la elección en una suerte de collar de cuentas infinitas donde todo puede ser motivo de inspiración.
A partir de mañana puede que Argentina comience a vivir “una vida más sana”, como rezan los versos de Alberto Cortez.
Es que la semana trae una serie de acontecimientos que alumbran una esperanza.
El martes será la fecha en que el ex Vice Presidente Amado Boudou y sus secuaces digan sus últimas palabras antes que la Justicia dicte su sentencia por el caso de la apropiación ilegal de la Imprenta Ciccone.
La pena solicitada por la Fiscalía es de unos 6 años de prisión.
En lo personal Boudou es un cachafaz insignificante.
Pero fue la segunda autoridad de la República, razón por la que sería un gesto de reparación institucional que nos serviría a todos para empezar a ver que la Justicia es mucho más que una ilusión.
La saga continuará el miércoles 8 con el tratamiento en el Senado del proyecto de Ley del aborto legal, voluntario y gratuito.
Esta columna ya anticipó su pesimismo respecto de la aprobación en Senadores.
Seguramente, de no mediar un cambio abrupto de opiniones, el proyecto no pasará.
Queda para todos, los que lo apoyamos y los que no, la sana experiencia de haber vivido un proceso serio de tratamiento que incluyó la convocatoria a expertos y el análisis maduro del tema.
Solo resta que para no arruinar la práctica democrática, el veredicto sea aceptado sin histerias.
La Constitución establece que un proyecto rechazado por una Cámara no puede ser tratado sino luego de dos períodos parlamentarios.
Deberemos esperar pero el primer paso ya ha sido dado.
Solo cabe señalar el mérito del Presidente Macri que habilitó el debate cosa que no hizo su antecesora que luego de reiterar su rechazo silenciosamente votó a favor como una prueba más de su fragilidad intelectual.
La medalla de oro se la llevan los cuadernos del chofer de Baratta, el segundo de Debido, que comprueban la veracidad del sistema de corrupción que fue el kirchnerismo desde el primer día.
El plan se ensayó primero en la Municipalidad de Río Gallegos, se lo extendió luego a la Provincia de Santa Cruz hasta llegar a la Casa Rosada.
Ya no hay dudas, si alguien las tenía, que son una banda de ladrones.
Posiblemente lo más notable es que junto a los dirigentes políticos cayeron presos encumbrados empresarios que han sido saqueadores del Estado desde siempre.
Los funcionarios presos son en suma unos pobres tipos aprovechados de la política.
Pero los señores feudales de las grandes empresas jamás imaginaron verse esposados, con chaleco antibalas y casco caminando detrás de las rejas.
Este es un dato inédito en la Historia Argentina que además se eleva en su valor testimonial porque el que los está metiendo presos es un empresario de su mismo palo.
Los delincuentes y sus seguidores se llenan la boca con Calkcaterra, que es primo del Presidente.
El Presidente nos llena el espíritu de esperanza y convicción al decir que no importan los apellidos sino los delitos.
Lo que entusiasma es que los chorros vayan presos.
Y que el Senado donde el peronismo es mayoría se apure a sancionar la ley de extinción de dominio para que devuelvan los bienes y los dólares que se robaron.
Lo más notable es el silencio cómplice de los adoradores de ayer.
A Kisillof, massa, Solá, los Cámporas, los Moyanos, los Fernández y demás deudos le comieron la lengua los ratones.
La tormenta que golpea a los más pobres no hubiera sido tanta si no hubieran robado tanto.
Hay que buscar los caminos para repechar la cuesta.
Y hacerlo sin el lastre de los que deberán quedar tras las rejas lo hará menos pesado.