Los que ya sumamos varias décadas en nuestras vidas recordamos casi unánimemente las fechas patrias y las celebraciones en nuestras escuelas.
Aquellas representaciones de la Revolución de Mayo, Belgrano y el Día de la Bandera, el 9 de Julio y el Congreso de Tucumán o el 17 de agosto y el «padre» de la Patria.
¿Quién no recuerda las risas que arrancaba el negro vendedor de empanadas o el aguatero de 1910? ¿Y las famosas escarapelas de French y Berutti? ¿La jura de fidelidad a la Bandera o el caballo blanco de San Martín?.
Los tiempos han cambiado y no está mal que el contexto de las celebraciones marque diferencias, aunque lo importante no fue nunca si el caballo sanmartiniano era blanco, zaino o alazán.
Lo esencial estaba signado porque eran días de nacionalidad. De fortalecimiento de identidad. De marcar orígenes y pertenencias.
De cantar el Himno, de ponerse la escarapela, de izar la bandera bien alta.
Por encima de toda otra cuestión. Eran las fechas en las que no solo éramos y nos sentíamos argentinos. Lo ejercitábamos.
Los ocupantes circunstanciales del estado en los últimos años nos han quitado NADA MENOS que eso. Casi sin que nos diéramos cuenta nos fueron reemplazando las fiestas de la Patria por las de un partido político o de un gobierno. Y en este batifondo de consignas, falsos debates, relatos y manipulación, mansamente entregamos nuestra simbología. Las fechas de todos.
Nuestra identidad.
Casi como una normalidad, nos fuimos acostumbrando a que el gobierno de turno tomara esas fechas, los grandes escenarios de los argentinos y organizara en nombre de la Patria y matizando de celeste y blanco sus fiestas «particulares». Hacían grandes contrataciones, sumas millonarias de dinero en consagrados militantes, consignas bien elaboradas y el resto nos distrajimos en cuestionarles esos dineros, esos gastos……
Como si ese fuera el mayor desatino. Como si robarnos el 25 de mayo, el 20 de junio, el 9 de julio, nuestros próceres y nuestros símbolos tuviera precio.
Como si usar los grandes espacios históricos, como la Plaza de Mayo, okuparla con montajes partidarios (naturalmente del partido que sea) y en lugar de la escarapela y la celeste y blanca en un mástil se «aguantaran» los trapos de Quebracho, La Cámpora, la Izquierda, la UCR o el Pro si así fuera, resultara un comportamiento normal y aceptado.
Y la mayor gravedad no está en quienes fueron imponiendo esta «batalla por la calle». Lo mas grave es que producido un cambio de gobierno supuestamente mas defensor de las instituciones y la República, quienes antes lo hicieron desde el estado lo siguieron haciendo desde el llano sin que el gobierno acertara a mover un dedo ni decir palabra en defensa de quienes quieren (queremos) con todo derecho «festejar» los días patrios en los lugares insignia de esta Patria y enarbolando los únicos símbolos que debieran exhibirse esos días y en esos lugares.
¿De quién mas es la Plaza de Mayo, sobre todo en una fecha Patria que de todos los argentinos y de que otro escudo que el de la Patria?.
Pero hasta los actores cinematográficos ejercen mas derecho que el estado en esto. Y lo demostraron hace algunas horas nomás.
Y en modo alguno, lo expresado pretende cercenar el derecho a expresarse de todo el mundo. Vaya si lo pueden hacer en la Argentina como no lo podrían hacer en ningún país civilizado del planeta. Sea Rusia, Estados Unidos, Cuba o Suiza.
Se trata simplemente de pedirle al estado que defienda los derechos de todos en los lugares de to-dos.
Cualquier sector social, político o religioso puede realizar su acto en la fecha que quiera. ¿Pero será tan descabellado establecer que una serie de lugares emblemáticos (como la plaza principal de cada ciudad y otros bien definidos como el monumento a la Bandera en Rosario, Plaza Mayo en Capital o la Casa de Tucumán) sean preservados de todo sectarismo y en las fechas señaladas solo sirvan de escenario a actos de plena identidad nacional, incluso sometidos previamente a la aprobación del Congreso Nacional y hasta de alguna Comisión de Notables intachables que les den su respaldo?.
No creemos necesario ser tan profundo en el análisis para comprender el espíritu de lo señalado.
Se podrá seguir hablando de la grieta, de los antagonismos, del fútbol sin visitantes y todas las divisiones que cada día marcan un abismo entre los argentinos. Pero si ni siquiera nos damos cuenta que de la noche a la mañana se nos quedaron con nuestros fundadores, sus figuras, sus historias, nuestros símbolos y hasta nuestras fechas mas caras, no podremos advertir la gravedad de la crisis cultural que nos embarga.
Gravedad que habla de nuestra pobreza. Y que es mas seria que esa de la que suelen hablar nuestros humoristas populares cuando se remiten a que éramos tan pobres.
Algún día, alguna generación de argentinos, recordarán que a principios del siglo XXI éramos tan pobres que ni 25 de mayo teníamos.
(Editorial publicada en la edición de TIEMPO de Ranchos del sábado 2 de junio de 2018)
Excelente. De las buenas editoriales acostumbradas de lo mejor