Por estas horas de mayo, abundan los mensajes, discursos y referencias a nuestras grandes figuras fundacionales y suele repetirse aquello del país que soñaron ellos para las futuras generaciones.
Y aparecen ilustres patriotas de la creación, como el padre de nuestra carta Magna, Juan Bautista Alberdi y su notable Bases y Puntos de Partida para la Organización Política de la República Argentina. Y Sarmiento, autor del mayor proyecto educativo que haya conocido el continente todo en su historia, O esa brillante generación del ’80 con Carlos Pellegrini como uno de sus mas lúcidos representantes. Y en esa fuente seguramente se pueden abrevar los sueños mas ambiciosos de los argentinos. Los de una Argentina llamada a integrar el núcleo de los países mas importantes del planeta y seguramente de la mejor calidad de vida de sus habitantes.
Esos ilustres dirigentes no solo lo soñaron. Lo fueron construyendo.
Pero la Argentina se fue desviando de su ruta. Y le alcanzó con cien años para terminar con sueños y realidades. No hace falta pararse en momentos y circunstancias especiales.
Vale mirar la Argentina de ingreso al siglo XX y compararla con la del año 2000. ¿No alcanza tamaña elocuencia?.
Y en ese viaje del éxito al abismo, algunos bastante antes de estrellarnos arengamos por trabajar en pos de un país normal. Sin mayores ambiciones. Solo ser una comunidad organizada. Con leyes que se respeten y se cumplan. Con el precepto de la abuela: El que las hace las paga. Hasta con aquél otro que nos decía que «Vergüenza no es robar; vergüenza es que te descubran». Es decir con vergüenza.
Lejos ya de esos sueños fundacionales, la modesta pretensión de ser y parecer «normalitos».
Hoy, esa modestia también ha pasado a ser una utopía. Y casi de resignación.
Porque pretender rango de normalidad en un país donde muere en un extraño «accidente» el hijo del presidente de la nación y 25 años mas tarde la verdad camina en intramuros. Un país donde «muere» un fiscal federal un día antes de ir al Congreso Nacional a denunciar a integrantes del gobierno nacional, que debía garantizarle la seguridad de su vi-da en el barrio mas seguro de Buenos Aires y el fiscal termina con un disparo en la cabeza y aún la justicia no sabe lo que pasó. Un país que repite el valor de la democracia recuperada y un gobierno debe asumir sin que se le entreguen los atributos porque la presidente saliente simplemente no se le cantó hacerlo.
Un país donde el gobierno se llena la boca hablando de la confianza que ha generado en el mundo para que lleguen inversiones a procurar bienestar al país y sus propios ministros dicen públicamente que sus dineros personales depositados en el exterior no serán repatriados porque no están las condiciones. Y el presidente no los echa a los dos minutos.
Un país, donde resultaría imposible imprimir una agenda diaria de paros, cortes, protestas y piquetes en la Capital de los argentinos, porque diariamente son tantos y tan variados que no hay forma de conocer de antemano a todos.
En fin…
Un país donde no se puede creer ni en los resultados del fútbol o del automovilismo («un piloto con 100 de presupuesto no le debe ganar a uno que tiene 300» A. Robbiani con M. Robertson)…
Y nadie le pone cascabel al gato . Ni piensa en hacerlo. Los que han llevado a esta argentina de 208 años de vida a este precipicio siguen gritando a los cuatro vientos que son «las políticas de los otros» la causante de este drama. Y nadie les pone freno.
En este país que tiene como opinadora de todo, y abanderada de las causas justas a una señora como Hebe de Bonafini que bajo su condición de abuela de desaparecidos, por la que mucho luchó y se ganó un merecido reconocimiento, ahora habla y hace de todo, menos ocupar una lista de candidatos a algo para que «no le cuenten las costillas» que pocas tiene.
Hemos perdido allá lejos y hace tiempo los sueños de grandeza de Sarmiento y Pellegrini. Ya se han ido los mas timoratos de un país normal. Y qué nos queda?.
Una nación sin sueños. Sin esperanzas. Sin certezas no tiene otro destino que el naufragio final.
Y para quienes se sorprendan con este agorero pronóstico, tal vez sirva decirles que en él se encierra el único atisbo de nuevo sueño: Y es el que suele surgir después de tocar fondo, pero en serio. Así la Argentina no tiene puerto que la espere.
Tal vez, tras llegar al fondo al que marchamos (no el FMI) haya una resurrección y nuestros nietos o bisnietos, puedan al menos comenzar a ilusionarse con ese país normalito que vergonzosamente no pudimos ser.
(Editorial publicada en la edición de TIEMPO de Ranchos del 25-05-2018)