Finalmente tras una serie de síntomas que venían dando cuenta que al menos había turbulencias en el viaje de la economía nacional, en los últimos días los mercados se desbocaron y tanto en las bolsas, como en índices inflacionarios, valor del dólar y otros referentes organizaron una tormenta que los argentinos conocemos bastante bien. Resultante de ello, hasta llegó una cadena presidencial (si hacía falta algo para certificar la gravedad del momento habló Macri) y su ministro de economía y ante la falta de respuestas positivas de medidas que entre otras llevaron las tasas de interés al 40 %, también lo hizo el jefe de gabinete, mientras en forma paralela se anunció el regreso al Fondo Monetario Internacional en procura de un crédito que le devuelva solidez y tranquilidad a la economía nacional.
Naturalmente que carece de sentido calificar la gravedad de la situación, compararla con otras crisis criollas, sumarse al debate permido y obsoleto de los que juegan a «la gata parida» con el país como soga, tratando de convencernos que la culpa es solo del otro y que ellos (los que están o los que estuvieron muchos años) saben como hacer las cosas tan bien para evitar todo esto, siendo que cuando estuvieron o los que están, las hicieron de modo tal que llegar a este punto no tiene nada de casualidad y es el resultado natural y lógico para lo que hacemos como sociedad desde hace muchas décadas.
«Cada argentino debe por lo menos producir lo que consume» dijo Perón por los años ´50 y si bien hay mucho para discutirle al general ex presidente, no es esta frase precisamente. Y por aquí pasa la madre del borrego, Y entre los que mas han hecho para que la producción sea escasa y el consumo excesivo se cuentan extrañamente los peores alumnos del tres veces presidente que son los peronistas, dirigentes, gobernantes y/u opositores.
¿Qué puede sorprender de estas crisis reiteradas si salta a la vista de cualquer desprevenido que hace mucho, pero mucho tiempo, que los argentinos compramos con avidez las demagógicas promesas de nuestra dirigencia y nuestros gobernantes, que nos hablan de riquezas, de la envidia del mundo por nosotros, de una especie de Papa Francisco, Maradona, Fangio y Messi que hay en cada uno de no-sotros?
Si hace años que todos los que gobiernan algo nos hablan de los derechos que tenemos, de los que aún nos faltan hacer valer. Y hace mucho que nadie nos recuerda nuestras obligaciones, que son en la práctica mas relevantes y necesarias que nuestras acreencias.
En un país donde cualquier dirigente gremial hace mucho que es mas importante en la sociedad que un docente el futuro es complicado. Y si el propio líder gremial de los docentes, de escasa presencia en un aula, si es que alguna vez la tuvo como educador, es el punto de referencia de la educación argentina, entonces estamos un poco peor.
Si el mercado laboral argentino suma alrededor de seis millones de argentinos registrados en el mismo mientras que los planes asistenciales suman dos veces y media esa cantidad, la ecuación se torna compleja.
Si la llamada clase media argentina se resista a aceptar que esa condición no implica dos o tres vacaciones anuales (algunas al exterior y a los mas caros lugares), cambiar el auto seguido, casa propia e hijos estudiando carreras universitarias, no como un deseo que puede cumplirse parcialmente en algunos casos, sino como algo normal y natural y de ls que jamàs se bajará. Si los mas castigados de la sociedad, ya se han ubicado por dos o tres generaciones en el lugar donde el trabajo no existe y que le «corresponde por derecho que el estado lo asista» como le han repetido todos los líderes «sociales» y por último la franja de los menos que tienen casi todo, solo pasan su dinero por este país para aprovechar alguna temporada de buena timba financiera y después marchan a otros horizontes y no dejan aquí ni las propinas.
¿De qué hablan nuestros dirigentes cuando dicen lo que dicen?. ¿A qué se refieren cuando se acusan de liberales, socialistas, progresistas, neoliberales, de izquierda o de derecha?.
En muchas décadas de este país decadente y pobre, los que
vivimos en el interior observamos como muchos de nuestros vecinos padres y abuelos, muchos trabajadores rurales que han pasado la vida como puesteros o encargados de campo; otros comerciantes pequeños de los que vienen de la época de la libreta mensual, han llegado a la tercera edad, a su última etapa y viven como lo hicieron siempre. O mejor dicho: un poco mejor que en el resto de su existencia. Un autito modelo de 10 años atrás. Una pilcha dominguera para cuando llegan los hijos y los nietos de visita. Un asadito para festejar alguna fecha especial. Y alguna alcancía siempre con una moneda a tiro para ayudar a ese hijo o nieto y hasta algún plazo fijo que arrastra de guardar sus sueldos de peón rural.
Su carácter lo muestra mucho mas en paz y menos revolucionario que un reciente jubilado del Banco Provincia que está convencido de parar el país por la injusticia que se comete con ellos. Y los docentes, que no saben siquiera el valor de tener trabajo estable, sino que al no enterarse que estamos hoy en la economía mas pobre del continente después de Venezuela, exigen ganar como argentinos- de antes.
No son grandes empresarios los que muestran con orgullo en sus redes sociales sus fotos en los grandes centros de turismo nacional o en las costas centroamericanas. Es cierto que se cierran comercios tradicionales, pero cada día hay mas agentes de turismo.
¿Y qué es lo que está mal de todo esto? Nos preguntará mas de un lector, atado al concepto de los derechos ganados.
Que esta forma de vida no es compatible con la economía argentina de hoy. Una argentina que para trabajar en la construcción sigue trayendo mano de obra de países ve-cinos. Que para cultivar frutas y verduras también trae de otros países. Que mientras se repite a viva voz que no se consigue trabajo, vemos montones de venezolanos que a cinco días de llegar al país tienen dos trabajos. Y saltan de felicidad.
No hay salida ninguna de esta argentina si nadie comprende y ni siquiera está dispuesto a comprender que vivimos, actuamos, pensamos y nos creemos lo que no somos. Lo que no podemos ser. Lo que nos dijeron como sueño her-moso, pero de mentiras.
Nada hay mas vigente en esta sociedad que la popular frase de «si les decía lo que iba a hacer no me votaba nadie». Los argentinos votamos al actual gobierno para echar al anterior y estar mejor. Y no tardará mucho el momento en que votemos a los anteriores para que saquen a estos y porque así estaremos mejor.
Pero con la pretensión de seguir viviendo «en el mejor país del mundo que tiene todos los climas, todas las riquezas, la mejor cultura y bla bla bla» todas cosas que fueron y hace mucho pero mucho que ya no son.
Ni con este ni con el anterior ni con el futuro gobierno. Tampoco esperemos que llegue un Churchill que nos diga clarito y sin vueltas: «Solo prometo sangre, sudor y lágrimas».
Se habla de la espera de generaciones para que los mas desprotegidos incorporen la cultura del trabajo, del esfuerzo, de producir lo que cada uno consume.
¿Y cuánto creemos que tardaremos los que nos ubicamos un escalón mas arriba en esa escala para dejar este paraíso ficticio que nos hemos dibujado y adaptar nuestras vidas al pais real que habitamos?.
Mientras cada argentino crea que puede vivir como un australiano, o un neozelandes, o un alemán o un canadiense sin moverse de su su pago dos cosas seguramente no ocurrirán: él nunca vivirá así. Y lo peor: la argentina estará cada vez mas lejos de ser uno de esos países normales.
Mientras tanto pueden seguir nuestros gobernantes y dirigentes en general diciéndonos sus fórmulas geniales para sacarnos del pozo.
El que quiera escucharlos que siga haciéndolo. Y hasta si alguien quiere creerle que lo haga. Siempre es mas fácil hablar de Alfonsín ignorante de la economía; Menem ladrón; De la Rúa incapaz; Duhalde mafioso; Kirchner montonero; Cristina inoperante y Macri insensible que mirarse al espejo y darse cuenta que acabamos de encontrar un responsable de esta argentinidad al palo.
(Editorial publicada en la edición de TIEMPO de Ranchos del sábado 12-05-2018)