El martes pasado se celebró el Día Internacional del Trabajador, declarado en recordación de una protesta laboral ocurrida en los Estados Unidos y que terminó con varios trabajadores detenidos y otros varios muertos. La celebración rige en casi todo el planeta, pero no en el propio país del norte que celebra su día en otra fecha.
Por tal circunstancia, el primer día de mayo es motivo de múltiples actos, salutaciones, mensajes y naturalmente un feriado de altísimo cumplimiento.
Lo que también se celebra ese día en nuestro país con mucha menos alharaca es el Día de la Constitución. Y es casi obvio que una sociedad que ha ido pasando del respeto a la indiferencia, mas tarde al desconocimiento y luego lisa y llanamente a la violación de nuestra madre ley, no quiera darse ni por enterada de la existencia de la carta magna y de su día de tributo.
¿Es posible justificar la existencia de algo mas importante que el reglamento que ordena la sociedad de un país, su convivencia, sus derechos y deberes individuales y colectivos, su forma de gobernase y ser gobernados, etc, etc?
No debiera serlo. Porque el trabajo mismo y los trabajadores, encuentran su prosperidad, el respeto de sus derechos y la posibilidad de vivir en una sociedad mejor a partir del estricto cumplimiento de la ley de leyes.
Sin embargo, hasta en lo semántico, la Constitución Nacional no parece ser cosa importante para los argentinos. Suele decirse ligeramente que un gobierno es constitucional. Y poco mas.
Y en general la frase alude a gobiernos surgidos del voto popular, cosa de mucho menor cuantía que la de un gobierno que cumple a rajatablas la Carta de 1853 y sus modificaciones vigentes. El que trabaja para la división de Poderes, la fortalece y naturalmente la cumple. El que no solo lee cuestiones como la Seguridad Interior, la Justicia, la Educación y la Justicia en el preámbulo, sino que los concretan con políticas acordes. Que temas como el endeudamiento externo, la emisión de la moneda circulante, el armado del presupuesto nacional y el contralor del mismo son facultades indelegables del Poder Legislativo y así una sucesión de facultades que nuestros gobiernos «democráticos» se arrogan sin que muchos se horroricen por ello. Es mas: de esto los muy bulliciosos reclamadores de la izquierda política ni murmuran.
Nunca nadie siquiera prestó atención cuando muchas veces planteamos nuestras serias dudas sobre la legalidad constitucional de alternar en el gobierno del país a dos personas constituidas en matrimonio legal como ocurrió en la Argentina entre 2003 y 2015. Jamás llegamos a pensar que los Constituyentes de 1994 que fijaron los períodos presidenciales en cuatro años con una única reelección, hayan aceptado que después de ello, podía proponerse como candidata/o el esposo o la esposa de quien finalizara el mandato.
Desafiamos a todos y cada uno de esos miembros que escribieron esa reforma a que nos respondan. Nunca uno de ellos – ni la tan mediática Carrió, ni el impulsor Menem – abrió la boca para una respuesta.
El matrimonio sigue siendo una misma persona jurídica para muchas leyes menores. Pero son algo así como dos desconocidos para presidir el país.
Vale entonces referirse al padre de la Carta Magna desde su obra Bases y … Juan Bautista Alberdi, aquél cuasi «canciller» que tuvo la Patria, designado por el primer presidente criollo Urquiza, que nunca llegó a conocerlo personalmente, y que tenía en sus genes los mismos impulsos que los actuales políticos. Una vez en el gobierno (por entonces en su Entre Ríos ) soñó con la posibilidad de ser reelecto y por tal motivo le envió una carta a Alberdi que estaba en el viejo mundo difundiendo nuestra Independencia y nuestro primer gobierno. La respuesta no se hizo esperar: «Rechazo absolutamente la idea de proseguir en el gobierno después de cumplir con los seis años fijados al momento de ser consagrado. Pero no solo estoy convencido del daño que le hace al país tener un presidente que se ponga a pensar en ser reelegido, sino que tampoco deberían hacerlo ningún funcionario que integre el gabinete de ese presidente ni ningún pariente por lo menos hasta el tercer grado de consanguinidad…..» fue la contundente opinión del padre de la Constitución.
Urquiza no se atrevió ni a discutir la opinión del erudito y llegó entonces Derqui y su fracasado gobierno, y nació al poco andar otra historia con Buenos Aires incorporándose a la Confederación y mas tarde Mitre en el gobierno.
En la Argentina de hoy, barrunto que ante una circunstancia igual, el presidente no le pediría tamaña opinión a su canciller. Pero en el supuesto que una consulta así ocurriera, ante esa respuesta, no advierto otra reacción que la renuncia obligada del canciller.
Cosas que nos ocurren diría una letra de Larralde. Las cosas que nos han llevado al lugar que hoy ocupamos, agrega este autor.
Y que hacen que en este país de gobiernos «constitucionales», la constitución sea mas ignorada en lo formal y en lo concreto que un mosquito en medio de una manada de elefantes.
Lo que no podemos ignorar, como no puede ser de otra forma, son las consecuencias de tal decisión. Las que sufrimos cada día y sobre la que nos explican nuestros dirigentes con recetas de chamanes y videntes que en la práctica ya han demostrado no servir ni para el empacho que tan bien curaba doña María.
(Editorial publicada en la edición de TIEMPO de Ranchos del sábado 5 de Mayo 2018)